Zero no Tsukaima Español:Volumen1 Capítulo4

From Baka-Tsuki
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El Día de un Familiar[edit]

Había pasado una semana desde que Saito inició su vida como familiar de Louise en la Academia Mágica de Tristain. Si uno quisiese explicar el día a día de Saito, acabaría diciendo algo parecido a esto:

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Para empezar, al igual que la mayoría de humanos y animales de Tristain, despertaba por la mañana. Su cama era, como siempre, el suelo, aunque comparado con el primer día había mejorado. Dándose cuenta de que su cuerpo se resentía si pasaba la noche sobre el duro suelo, Saito le pidió a la sirvienta Siesta algo de paja que se usaba como alimento a los caballos, y la había apilado en una esquina de la habitación. Saito dormía en la montaña de paja, arropado por la manta que Louise le había tan ‘graciosamente’ otorgado.

Louise llamaba a la chapucera cama de Saito ‘el nido de pollo’, lo cual era apropiado puesto que los pollos duermen sobre paja, y porque la primera cosa que hacía Saito cada mañana era despertar a Louise, como un gallo.

Tenía que hacerlo; sería malo para él que Louise se levantara antes que él.

-Un estúpido familiar que tiene que ser levantado por su amo necesita ser castigado- siempre le recordaba Louise.

Si Saito se quedaba dormido, se quedaba sin desayuno.

Una vez despierta, Louise era vestida. Se ponía su ropa interior ella sola, pero hacía que Saito le pusiera su uniforme. Esto se ha mencionado ya antes.

Con todos sus encantos, Saito se quedaba sin aliento cada vez que veía a Louise en ropa interior. Dicen que uno se acostumbra a un amante hermoso en tres días, pero no parecía que Saito se fuese a acostumbrar a Louise de momento. Quizás porque era su familiar, no su amante.

Aun así, siempre al lado de Louise, Saito era prácticamente un amante. La única diferencia era la actitud de ella y el trato que recibía.

Viendo así a Louise cada día no era nada malo. De todas maneras, era una herida constante a su orgullo. Cuando ayudaba a calzarse a Louise, por ejemplo, no podía ocultar la irritación de su cara.


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Por lo menos eso era tolerado, pero si Saito decía algo que molestase a Louise, las cosas se volvían molestas.

-Un familiar grosero que disgusta a su amo tan pronto en la mañana necesita ser castigado- era otro de los lemas de Louise.

Si Saito se burlaba sobre el tamaño de los pechos de Louise, o se enfurruñaba y decía algo parecido a “abróchate tú solita la camisa”, se quedaba sin desayuno.

Vestida con su uniforme, consistente en una capa negra, una blusa blanca y una falda negra, Louise se lavaba la cara y se limpiaba los dientes. La habitación no tenía cosas tan necesarias como el agua corriente, así que Saito tenía que bajar hasta la fuente y traer agua para Louise en una jarra. Y, por supuesto, Louise no se lavaba la cara por sí sola. Hacía que Saito se la lavase también.

Una mañana, mientras estaba secando la cara de Louise con la toalla, aprovechó para pintarle la cara con un pedazo de carbón que había encontrado.

Al ver su obra maestra sobre la cara de Louise, apenas pudo contener una carcajada. Entonces, con exagerada elegancia, se inclinó con educación.

-Señora, hoy es la pura representación de la belleza.

Debido a la baja presión de la sangre, Louise sólo pudo responder soñolienta.

-¿Estás tramando algo?

-¿Yo? Sólo soy un familiar cumpliendo las órdenes de mi señora. ¡Jamás me atrevería a tramar algo!

Louise sospechaba de la repentina y exagerada educación de Saito, pero dado que llegaba tarde a clase, no le interrogó más.

Con sus mejillas de un rosa vivo, encantadores ojos de avellana, y labios que parecían esculpidos en coral, Louise sabía que no necesitaba maquillarse, así que nunca se pintaba la cara. En otras palabras, no se miraba demasiado al espejo. Y este día no fue diferente. Resultado, no tenía ni idea del “maquillaje” que Saito le había puesto.

Louise se encaminó a clase en este estado. Siendo tan tarde como era, no se cruzó con nadie ni en el pasillo ni en la escalera.

Louise abrió la puerta de clase sofocada. Sus compañeros, todos a una, la miraron y estallaron de risa.

-¡Oye, Louise, qué guapa estás hoy!

-¡Madre mía, es tan típico tuyo!

Después, cuando el señor Colbert elogió con delicadeza las gafas y el bigote dibujados en su cara, Louise entró en un estado como de berseker. Salió al pasillo donde Saito se agarraba el estómago mientras se revolcaba en el suelo atacado por una risa histérica, le abofeteó una docena de veces, y le prohibió todas las comidas de ese día.

Según Louise, un familiar que trataba la cara de su amo como un pedazo de pizarra era similar a los demonios de antaño que se oponían al Fundador Brimir y sus dioses aliados, y esos demonios no eran dignos de recibir pan y sopa dados por la Reina.


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Después de desayunar, Saito limpiaba la habitación de Louise. Esto consistía en barrer el suelo con una escoba y limpiar la mesa y ventana con un trapo.

Y después venía la increíblemente divertida Lavada. Llevaba la ropa sucia a la fuente y la frotaba contra una tabla para lavar. No había agua caliente, sólo agua helada que mordía con fuerza sus dedos. La ropa interior de Louise parecía bastante cara, con muchos lacitos y diseños incorporados. Se quedaría sin comer si se le ocurría estropear alguna, así que tenía que lavarlas con cuidado. Era un trabajo muy duro.

Cansado de hacerlo, dejó unas panties en particular con una banda elástica desgastada en el montón. Apenas unos días más tarde, Louise, ajena a todo esto, llevaba esa prenda tan particular cuando el elástico se rompió. Sus bragas bajaron hasta sus tobillos, atando ambas piernas como si fuera la trampa de un cazador. Además, estaba en lo alto de una escalera, así que rodó de forma espectacular hasta abajo.

Afortunadamente, no había nadie alrededor para verla bajar rodando las escaleras con su mitad inferior expuesta en todo su esplendor, así que al menos salvó su reputación.

Dándose cuenta de que había sido excesivo, Saito fue lo suficientemente cuidadoso como para no espiar en el interior de la falda mientras se disculpaba efusivamente con Louise, que quedó inconsciente al pie de la escalera. No había pretendido que fueran así las cosas. Había esperado que se produjera en un pasillo, para conseguir mejores resultados.

Una vez que Louise recobró el conocimiento y se dio cuenta de lo sucedido, le mostró las bragas desgastadas de forma acusadora a Saito, que estaba obedientemente sentado al lado de la cama.

-Estaban desgastadas.

-Lo estaban, Señorita.

La voz de Louise temblaba de furia.

-Explícate.

-Debe haber sido el agua de la fuente, Señorita. Está tan fría que podría congelar al instante los dedos. Me parece que el elástico no pudo soportarlo.

Esa fue la respuesta de Saito.

-¿Estás diciendo que la culpa fue de la goma?

-Estoy diciendo que fue culpa del agua. Es un agua malvada. Estoy convencido que debe de haber alguna especie de maldición por la que está tan fría y así afecte a la goma.

-En ese caso, no alimentaré a este familiar tan leal con sopa hecha con esa agua tan malvada.

-Es usted muy amable.

-Tres días, creo yo, serán suficientes para que el agua vuelva a la normalidad.

Saito se pasó tres días sin comer.


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Aún así, Saito permaneció alimentado en aquellos tres días. Tan sólo fingía estar enfadado y visitaba la cocina detrás del Salón de Alviss, donde la enérgica y adorable Siesta le servía comida, como asado o carne. Iba allí incluso cuando no estaba castigado sin comer. La sopa que Louise llamaba ‘la Bendición Extendida de Su Majestad, la Reina’ nunca le bendecía con un estómago lleno.

Naturalmente, mantuvo en secreto las visitas a la cocina. A Louise le encantaba castigarle sin comer hasta que no enmendara su comportamiento, así que hubiese sido todo un problema si se enteraba del asado y la carne que Siesta le servía amablemente. Louise probablemente le prohibiría las visitas por el bien de la “educación” de su familiar.

Así pues, no se daba ni cuenta. En cualquier caso, Saito prefería a Siesta y a la cocina cien veces más que a esa tal Reina y al Fundador Brimir, a los que nunca había conocido.


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Una mañana, después de beberse con voracidad su sopa delante de Louise, fue a la cocina. Saito, habiendo vencido al noble Guiche en los Patios Vestri, era increíblemente popular allí.

-¡Nuestra Espada está aquí!

El que gritaba era Marteau, el chef principal, un cuarentón bastante regordete. Naturalmente, era un plebeyo, pero con su posición de chef principal de la Academia ganaba tanto como un noble de clase baja, algo para sentirse orgulloso. Vestido en prendas simples pero finas, comandaba la cocina con meros movimientos de su mano.

A pesar de su muy respetable posición como chef principal de una academia mágica para nobles, Marteau no era para nada arrogante, y lo que era más sorprendente, no apreciaba ni a la magia ni a los nobles.

Llamaba a Saito, en virtud de la espada que había usado para vencer a Guiche, por el apelativo de ‘Nuestra Espada’ y lo trataba como a un rey. Gracias a él, la cocina era un oasis para Saito.

Saito se sentó en la silla, y con una sonrisa, Siesta le llevó un tazón de carne asada y un poco de pan blanco.

-Gracias.

-La comida de hoy es especial- declaró Siesta, pareciendo especialmente feliz.

Saito llevó su cuchara a sus labios con curiosidad y al momento su cara se encendió.

-¡Guau, está delicioso! ¡Está a años luz de la bazofia que me dan!

En esto, Marteau se aproximó, blandiendo un cuchillo de cocina en una mano.

-Por supuesto. Esto es lo que les servimos a los chicos nobles.

-No puedo creer que sea esto lo que comen todos los días…

Marteau resopló sonoramente ante el comentario de Saito.

-Por supuesto, ellos usan magia. Levantan castillos enteros del barro, conjuran gemas increíbles, incluso controlan dragones, ya ves tú. Pero date cuenta, crear estos platos tan exquisitos es una especie de magia. ¿No estás de acuerdo, Saito?

-Totalmente- asintió Saito.

-¡Sí señor! ¡Eres un buen hombre!

Puso su brazo alrededor de los hombros de Saito.

-¡Ésta es Nuestra Espada! ¡Déjame plantar un beso en tu frente! ¡Venga! ¡Insisto!

-Preferiría que no. Y deja de llamarme así- dijo Saito.

-¿Por qué no?

-Porque es… raro.

El hombre soltó a Saito y abrió sus brazos en protesta.

-¡Pero cortaste en pedazos el golem de un mago! ¿No lo entiendes?

-Supongo.

-Oye, ¿dónde aprendiste a usar la espada? Dime dónde me pueden enseñar a blandir una espada así.

Marteau fijó su vista en Saito. Le preguntaba lo mismo cada vez que Saito iba a comer, y la respuesta de Saito era la misma todas las veces.

-No lo sé. Nunca antes había cogido una espada. Mi cuerpo se movió solo.

-¡Gente! ¿Oís eso?- gritó Marteau, su voz haciendo eco en la cocina.

Los otros cocineros y aprendices gritaron a su vez:

-¡Te oímos, jefe!

-¡Esto es lo que se llama un verdadero maestro! ¡Nunca alardean de su habilidad! ¡Mirad y aprended! ¡Un verdadero maestro nunca alardea!

Los cocineros repitieron alegremente.

-¡Un verdadero maestro nunca alardea!

Entonces Marteau se dio la vuelta y miró a Saito.

-Sabes 'Nuestra Espada', cada vez me gustas más. ¿Qué me dices ahora?

-¿Qué pasa con qué?

Tan sólo decía la verdad, pero Marteau siempre pensaba que estaba siendo modesto. Era algo frustrante. Se sentía como si decepcionara a un buen hombre. La mirada de Saito cayó hasta las runas de su mano izquierda.

Desde aquel día, no han vuelto a brillar. Me pregunto que habrá pasado… Incluso cuando Saito intentaba dirigir el mérito a las runas mirándolas, Marteau lo interpretaba como que era reservado.

El chef se volvió hacia Siesta.

-¡Siesta!- llamó.

Siesta, que había estado contemplando la escena animadamente, respondió con alegría.

-¿Si?

-¡Tráele a nuestro héroe algo de lo mejor de Albión!

Su sonrisa se ensanchó, y cogiendo una botella de vino del armario de la cosecha solicitada, llenó la copa de Saito con él. Siesta miraba encantada cómo la cara de Saito se iba poniendo cada vez más roja a causa del vino. Estos acontecimientos se repetían casi cotidianamente.

Saito visitaba la cocina, Marteau sentía cada vez más simpatía por él, y el respeto que Siesta sentía se acrecentaba aún más.


+++


Aunque en ese día en particular... Había una sombra carmesí espiando a Saito desde una ventana de la cocina. Uno de los cocineros más jóvenes se dio cuenta.

-¡Eh, hay algo ahí fuera, en la ventana!

La sombra emitió un ‘kyuru kyuru’ y se desvaneció.


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Después, tras desayunar, limpiar y hacer el lavado, acompañaba a Louise a clase. Al principio, se sentaba en el suelo, pero después de darse cuenta de que aprovechaba para mirar bajo las faldas de otras chicas, le dejó que se sentara en una silla. Y le dejó claro a Saito que si su vista se desviaba demasiado de la pizarra se quedaría sin comer.

Al principio, las clases fascinaban a Saito con sus maravillas: convertir el agua en vino, combinar varios regentes para crear una poción especial, materializar bolas de fuego de la nada, hacer levitar cajas, palos y pelotas fuera de la ventana de la clase para que los familiares los cogieran, etc.… pero después de un tiempo, la novedad se desvaneció.

Y así se acostumbró a dormir. El profesor y Louise le dedicaban miradas fulminantes de vez en cuando, pero no había reglas que prohibiesen a los familiares dormir durante las clases. Y tomando como ejemplo la clase, todas las criaturas nocturnas estaban roncando, incluso algún búho. De hecho, si despertaban a Saito, significaría que lo estaban tratando como un humano.

Louise se mordía los labios por el deseo irrefrenable de darle al Saito durmiente una buena reprimenda. Pero no podía, puesto que hacerlo significaba contradecir el hecho de que él no era más que un familiar.


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Aquel mismo día, bañado en la luz del sol, Saito tardó poco en dormirse en otra clase.

El vino que había bebido por la mañana estaba haciendo efecto, y Saito soñó. Soñó algo bastante increíble. Un sueño en el que Louise gateaba hasta su cama de paja mientras dormía.

¿Qué sucede, Louise?

Tras oír su nombre, Louise, le dirigió una mirada a Saito.

¿No puedes dormir? Oh, está bien… no pasa nada. Tranquila.

-Oh, tan sólo está hablando en sueños- dijo Louise en voz baja, y volvió la vista al frente.

Tranquila. ¡Oye, no me abraces así de repente!

La mirada de Louise volvió a posarse en Saito. Los otros estudiantes empezaban a darse cuenta de la situación y afinaban sus oídos para poder escuchar.

Vaya, con lo marimandona que eres durante el día, eres lo más dulce del mundo en la cama.

Un hilillo de baba salió de una de las comisuras del labio de Saito mientras éste seguía disfrutando de su sueño.

Louise le cogió de los hombros y le sacudió violentamente.

-¡Oye! ¿Pero qué clase de sueño estás teniendo?

Sus compañeros estallaron en risas. Malicorne del Viento Protector hizo un comentario:

-¡Bueno, bueno, Louise! ¿Así que es eso lo que haces con tu familiar por la noche? ¡Menuda sorpresa!

Las estudiantes chicas empezaron a susurrarse entre ellas.

-¡Espera! ¡Esto es solo un estúpido sueño! ¡Ah, por Brimir! ¡Despierta de una vez!

Louise, Louise, eres una gatita. Deja de lamerme ahí de esa manera…

"Louise, eres una gatita. Deja de lamerme ahí de esa manera…"

Ante esto, las carcajadas amenazaron con llenar el edificio entero.

Louise tiró a Saito de la silla de una patada, devolviéndole violentamente a la realidad desde su dulce y suave mundo de sueños.

-¿A qué ha venido eso?

-¿Desde cuándo me da por visitar tu cama de paja?- gritó irritada Louise. Cruzó los brazos y miró desde arriba de forma imponente a Saito.

Saito movió la cabeza, divirtiendo aún más a la gente.

-Saito, explícale a esta gente tan grosera que nunca he puesto un pie fuera de mi propia cama durante la noche.

-Es cierto. Tan sólo estaba hablando en sueños. Louise nunca haría nada semejante.

Los estudiantes se dieron la vuelta, decepcionados.

-¿Acaso no es obvio? ¡Como si fuese a hacer algo como eso! ¡Con ésta cosa, encima! ¡Ésta cosa! ¡Sólo pensar que me juntaría con esta inferior forma de vida en la cama va bastante más allá de ser un chiste!- protestó Louise, dirigiendo su mirada hacia arriba.

-Pero mis sueños a veces se vuelven realidad- comentó Saito.

-¡Es cierto!- comentó alguien de la clase a su vez-. ¡Después de todo, los sueños tienen el poder de predecir el futuro!

-Mi ama, con su personalidad, probablemente no encontrará nunca un amante- admitió Saito.

La gran mayoría de los estudiantes asintió. Louise fulminó a Saito con otra mirada cargada de maldad, pero fue demasiado tarde. Saito se había desbocado.

-Mi pobre ama se siente bastante frustrada por eso, y así se cuela en la humilde montaña de paja de su familiar.

-¡Ya es suficiente!- regañó Louise a Saito, poniendo sus manos en su cintura-. ¡Cierra tu sucia boca ahora mismo!

Pero eso no evitó que Saito continuara.

-Cuando lo hace, tengo que frenarle los pies…

Ya había llegado demasiado lejos.

Los hombros de Louise comenzaron a temblar de ira.

-Le tengo que decir ‘no es aquí donde tú duermes’.

La clase entera aplaudió. Saito imitó una reverencia elegante y volvió a su sitio. Louise le dio una patada, haciendo que rodase por el suelo.

-¡No me des patadas!

Pero Louise había perdido los estribos. Su mirada estaba firmemente dirigida hacia delante y, como siempre, sus hombros temblaban con ira apenas contenida.

De nuevo, había una sombra carmesí vigilando a Saito.

Era la salamandra de Kirche. Con su estómago en el suelo, miraba a Saito a través del hueco de la fila de sillas.

-¿Eh?

Dándose cuenta, Saito la saludó con la mano.

-¿Eres la salamandra de Kirche, no? Sé que tienes un nombre. ¿Como era…? Ah, sí, Flame. Flame.

Saito se movió cerca de ella, pero la salamandra agitó su cola esparciendo algunas llamas y corrió al lado de su dueño.

-¿Por qué se interesaría tanto un reptil por mí?

Saito movió la cabeza, hecho un lío.


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Y mientras Saito mantenía un concurso de miradas con una salamandra en mitad de clase...

En el Despacho del Director de la Academia, la señorita Longueville, la secretaria, estaba ocupada escribiendo algo.

Se detuvo un momento y miró más allá de la mesa de madera de secuoya sobre la que Sir Osmond estaba ocupado echándose una siesta.

La esquina de los labios rosas de la señorita Longueville se contrajo con una expresión que nunca había enseñado a nadie.

Se levantó de su mesa.

En voz baja, murmuró el encantamiento de un Hechizo de Tranquilidad. Haciendo cuidado para que sus pasos no despertaran a Osmond, salió del despacho.

Su destino era la sala del tesoro, situada justo debajo del Despacho del Director.

Bajando la escalera, se encontró con enormes puertas de hierro. Se mantenían cerradas por un mecanismo de cerrojo muy grueso, que a su vez estaba asegurado con un candado igual de grande.

En aquel sitio se guardaban los artefactos que provenían desde antes del establecimiento de la academia. Después de echar un cuidadoso vistazo alrededor, la señorita Longueville sacó su varita de un bolsillo. Era tan larga como un lápiz, pero con un movimiento de muñeca, se agrandó hasta convertirse en la batuta de un conductor, que manejaba como una experta.


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La señorita Longueville lanzó otro hechizo. Una vez la invocación se completó, señaló con la varita al candado.

Pero… nada ocurrió.

-Bueno, tampoco esperaba que un Hechizo de Desunión funcionase de todas maneras- murmuró.

Sonriendo, comenzó a recitar las palabras de un hechizo del que era especialista. Era un hechizo de Transmutación. Entonando de forma clara y concisa, movió su varita hacia el pesado candado. La magia afloró… pero aún después de esperar un rato considerable, no hubo cambio visible.

-Parece que ha sido reforzado mágicamente por un mago de clase Cuadrado- musitó. Un Hechizo de Refuerzo era un hechizo que prevenía la oxidación y descomposición de la materia. Cualquier sustancia con este hechizo estaba protegida de cualquier reacción química, y le permitía ser mantenido en ese estado para siempre. Incluso la magia de transmutación no tendría efecto en algo protegido de esa manera. Sólo si la habilidad mágica era superior a la del mago que estableció el hechizo, podría ser superado.

Al parecer, el mago que había hechizado la puerta era extremadamente poderoso, teniendo en cuenta que ni siquiera la señorita Longueville, una experta en magia terrestre y en particular de transmutación, era incapaz de afectar a la puerta.

Quitándose las gafas, contempló la puerta una vez más. En este punto escuchó pasos provenientes de la escalera.

Bajó su varita y la volvió a meter en su bolsillo. La persona que apareció era Colbert.

-Saludos, señorita Longueville. ¿Qué estás haciendo aquí?

-Señor Colbert, iba a catalogar los contenidos de la sala del tesoro, pero…

-Oh, pues es bastante trabajo. Probablemente te lleve un día entero para ver hasta el último objeto. Además hay mucha basura entremezclada, y no hay mucho espacio que se diga.

-Desde luego.

-¿Por qué no le pides la llave al Viejo Osmond?

La mujer sonrió.

-Bueno… no me gustaría interrumpir su sueño. En cualquier caso, no hay prisa en completar el catálogo…

-Ya veo. Durmiendo, dices. Ese anciano, quiero decir, el Viejo Osmond, es muy dormilón. Parece que tendré que visitarle de nuevo.

El señor Colbert comenzó a irse, pero detuvo sus pasos, y se giró.

-Esto… ¿señorita Longueville?

-¿Qué ocurre?

Colbert parecía algo avergonzado cuando abrió la boca para hablar.

-¿Si quisieras, estaría bien si, por ejemplo… comiéramos juntos?

Ella se lo pensó durante un momento, y sonrió ampliamente mientras aceptaba la oferta.

-Por supuesto, el gusto es mío.


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Ambos bajaron las escaleras.

-Señor Colbert…- con un tono más informal, la señorita Longueville reanudó la conversación.

-¿Sí? ¿Qué sucede?

Extrañado por cómo su invitación había sido aceptada tan fácilmente, Colbert le respondió precipitadamente.

-¿Hay algo importante dentro de la sala del tesoro?

-Lo hay.

-¿Entonces, conoces el ‘Bastón de la Destrucción’?

-Ah, un objeto con forma muy peculiar, sin duda.

Los ojos de ella brillaron.

-¿Qué… qué forma tiene?

-Es extremadamente difícil de describir, excepto por la palabra extraño, sí. Pero no te preocupes por eso, ¿qué te apetece comer? El menú de hoy es platija batida a las finas hierbas… pero soy bastante amigo de Marteau, el chef, y puedo pedirle que prepare alguno de los más delica…

La señorita Longueville interrumpió la charla de Colbert.

-¿Sí?- quiso saber Colbert.

-La tesorería, debo decir, está construida de forma formidable. No importa el tipo de magia que se intente, es imposible de abrir, ¿me equivoco?

-En absoluto. Es imposible para un único mago. Después de todo, fue protegida por un grupo de magos de clase Cuadrado para resistir todo tipo de hechizos.

-Estoy impresionada por todo el conocimiento que posees, Colbert- lo miró con una expresión confortable.

-¿Eh? Bueno…, sucede que acabo de leer algunos documentos que trataban sobre esta planta, eso es todo... me gusta considerarlo como parte de mi investigación. Gracias a eso, aún estoy soltero a mi edad… sí.

-Estoy segura de que la mujer que encuentres será muy feliz contigo. Después de todo, puedes enseñarle cosas que nadie más sabe…

La señorita Longueville le clavó una mirada de fascinación.

-¡Oh, no! ¡Por favor, no me elogies así!

Colbert gesticulaba nerviosamente mientras se quitaba el sudor de su ancha frente. Luego, recuperando la compostura, la miró con ojos serios.

-Señorita Longueville, ¿has oído hablar del Baile de Frigg que se celebra el día de Yule?

-No.

-Bueno, supongo que es porque únicamente llevas dos meses aquí en Tristain. Bueno, no es nada espectacular, sólo una especie de fiesta. Aun así, se dice que una pareja que baile en esta fiesta estará destinada a estar junta o algo así. ¡Aunque es tan sólo una leyenda! ¡Sí!

-¿Y bien?- sonriendo, le impulsó a continuar.

-Bueno… si te parece bien, me preguntaba si bailarías conmigo, sí.

-Me encantaría. Pero aunque los bailes son fabulosos, me gustaría saber más sobre la tesorería ahora mismo. Me fascinan bastante los objetos mágicos, ya sabes.

Queriendo seguir impresionando a la señorita Longueville, Colbert se estrujó los sesos.

Tesorería, tesorería, eso dice ella…

Recordando algo que podría parecerle interesante, se dio un aire importante y empezó a hablar.

-Ah sí, hay una cosa que puedo decirte. Aunque no reviste especial importancia…

-Lo que sea, dilo.

-En efecto, la sala del tesoro es invencible contra ataques mágicos, pero creo que tiene una debilidad fatal.

-Oh, es intrigante.

-La debilidad es… fuerza física.

-¿Fuerza física?

-¡Sí! Por ejemplo, bueno, no es que sea parecido, pero un golem gigante podría…

-¿Un golem gigante?- cortó la Srta. Longueville.

Colbert le mostró su opinión con bastante orgullo a la señorita Longueville. Y una vez dicha, no pudo sino sonreír de satisfacción.

-Eso es muy intrigante, de veras, señor Colbert.



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