Zero no Tsukaima Español:Volumen1 Capítulo6

From Baka-Tsuki
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El Vendedor de Armas de Tristain[edit]

Kirche se despertó antes del mediodía. Hoy es el Día del Vacio, pensó. Miró a su ventana y descubrió que no había cristal, y que había marcas de fuego alrededor del marco. Aún somnolienta, se quedó mirando un segundo antes de recordar lo que sucedió la noche pasada.

-Cierto… vino mucha gente, y los mandé a freír espárragos.

Dejó de preocuparse de su ventana tras eso. Se levantó y empezó a maquillarse, mientras pensaba animada cómo debería seducir a Saito hoy. Kirche era una cazadora nata.

Cuando acabe, iré y llamaré a la habitación de Louise. Apoyaré mi mejilla en una mano, ocultando mi sonrisa. Saito abrirá la puerta, y le abrazaré y besaré en cuanto pueda. Oh… ¿qué hará Louise ante eso…?, pensó Kirche. Y después… podría intentar guiarle fuera de la habitación, y quizás se acerque él a mí. El pensamiento de un posible rechazo no pasó por su mente.

Sin pensarlo dos veces, usó un hechizo de apertura en la puerta de Louise, y fue recompensada con un clic. En realidad, los hechizos de apertura estaban prohibidos en la academia, pero a Kirche no le importaba. “Pasión por encima de todo” era el lema de su casa.

Pero la habitación estaba vacía. Ninguno de los dos estaba.

Kirche curioseó la habitación.

-Siempre igual… una habitación sin gusto.

La mochila de Louise no estaba tampoco. Sumándole el hecho de que era el Día del vacio significaba que habían ido a algún sitio. Kirche miró por la ventana y vio a dos personas montadas a caballo, listas para irse; eran Saito y Louise.

-¿Qué? ¿De excursión, eh?- murmuró Kirche molesta.

Tras pensar un momento, salió corriendo de la habitación de Louise.



Tabitha estaba en su habitación, navegando entre su mar de libros. Debajo de su pelo azulado y de sus gafas había brillantes ojos azules que relucían como el océano.

Tabitha en realidad era cuatro o cinco años maor de lo que aparentaba. Era incluso más pequeña que la ya de por sí pequeña Louise, y su cuerpo era bastante delgado. Una chica que no le importaba lo que la gente pensara de ella.

Tabitha amaba los Días del vacio. Era cuando podía sumergirse en sus mundos favoritos. A sus ojos, el resto de gente eran intrusos en su pequeño mundo, lo que le daba un sentimiento de melancolía.

No pasó mucho tiempo antes de que alguien llamara fuertemente a su puerta. Sin levantarse, Tabitha se limitó a coger y mover su bastón, más alto que ella. Realizó un “Hechizo de Tranquilidad”, un hechizo de viento. Tabitha era una maga con afinidad de viento. El “Hechizo de Tranquilidad” taponó esos ruidos molestos. Satisfecha, volvió a su lectura, sin mover un ápice el rostro en todo el proceso.

Entonces alguien forzó la puerta a abrirse. Dándose cuenta, Tabitha movió sus ojos del libro. Era Kirche.

Comenzó a balbucear algo, pero con la magia del silencio, ninguna de sus palabras llegó hasta Tabitha. Kirche apartó el libro de Tabitha, y cogió a la pequeña lectora por los hombros para hacer que la mirara. Tabitha miró fijamente a Kirche, con una expresión llana en la cara. Aún así, uno podía darse cuenta de que no era una mirada de bienvenida.

Pero Kirche era la amiga de Tabitha. Si hubiera sido otro, le habría hecho volar por los aires con un ciclón. Sin alternativa, Tabitha canceló su magia. Como si un candado se hubiese abierto, la voz de Kirche emergió al instante.

-¡Tabitha! ¡Prepárate, nos vamos!

Tabitha le explicó suavemente a su amiga:

-Día del Vacio.

Esa explicación era suficiente para Tabitha, que intentaba recobrar el libro de las garras de Kirche. Kirche se incorporó y levantó el libro en el aire, alejando con la diferencia de altura el libro de Tabitha.

-Sí, ya sé qué importancia tienen los Días del Vacio para ti. ¡Pero ahora no es tiempo de hablar! ¡Estoy enamorada! ¡Es amor! ¿Lo entiendes?

Tabitha no lo entendía, y movió su cabeza. Kirche era impulsiva, pero Tabitha era una pensadora tímida y tranquila. Uno no puede más que preguntarse cómo gente tan opuesta son buenas amigas.

-Vale... no te moverás hasta que te lo explique. Repito… ¡ESTOY ENAMORADA! ¡Pero el chico va a irse por ahí con esa pesada de Louise hoy! ¡Quiero seguirlos y averiguar adonde van! ¿Lo entiendes ya?

Tabitha seguía sin entenderlo, porque aún no sabía qué tenía ella que ver en todo eso.

-¡Acaban de irse! ¡A caballo! No puedo alcanzarles sin tu familiar, ¿sabes? ¡Échame una mano, por favor!- empezó a llorar Kirche.

Tabitha por fin asintió. Así que es por eso... necesitas mi familiar para alcanzarlos.

-Oh, muchísimas gracias… así que… ¡deprisita!

Tabitha asintió de nuevo. Kirche era su amiga, y no podía hacer nada si sus amigas acudían a ella para problemas que no podían ser resueltos sin ella. Era un poco molesto, pero no había elección. Abrió su ventana y empezó a silbar.

El silbido invadió el cielo azul por un momento. Después saltó por la ventana. Aquellos que no la conocieran lo encontrarían raro, o alarmante.

Kirche siguió de cerca de Tabitha y saltó a su vez por la ventana sin pensárselo. Sólo un apunte: la habitación de Tabitha estaba en el quinto piso. Normalmente olvida salir por la puerta cuando va hacia afuera, puesto que saltar por la ventana es mucho más rápido.

Alas fuertes y anchas se abrieron en el viento. Después, un dragón de viento voló y cazó al vuelo a sus dos pasajeras.

-¡Tu Sylphid es increíble, no importa las veces que lo mire!

“¡Tu Sylphid es increíble, no importa las veces que lo mire!”

Kirche se agarró a una escama saliente y suspiró de admiración. Así era, el familiar de Tabitha era un pequeño dragón de viento.

El dragón, que fue nombrado así por Tabitha, cogió rápida y espectacularmente la corriente de aire ascendente alrededor de la torre y subió a los doscientos metros de altura en un abrir y cerrar de ojos.

-¿Dónde?- preguntó Tabitha secamente a Kirche.

-No lo sé…- gritó Kirche al instante-. Estaba en pleno ataque de pánico.

A Tabitha no le importó y ordenó a su dragón de viento:

-Dos personas. A caballo. No te los comas.

Su dragón emitió un pequeño gruñido como muestra de entendimiento. Sus escamas azules brillaron y sus alas batieron con fuerza el viento. Voló alto, oteando el suelo en busca de un caballo; tarea sencilla para un dragón de viento.

Satisfecha de que su familiar cumpliese, Tabitha robó el libro de las manos de Kirche, se recostó contra el dragón, y volvió a la lectura.



Mientras tanto, Saito y Louise caminaban despacio por las calles de la ciudad de Tristain, habiendo dejado el caballo prestado en los establos de las puertas de la ciudad.

Los costados de Saito dolían cruelmente. Era la primera vez que montaba a caballo, después de todo.

-Me duelen los riñones…- se quejaba, caminando lentamente.

Louise frunció el entrecejo mientras miraba a Saito.

-Inútil. ¿Nunca habías montado a caballo? Los plebeyos no sois más que...

-Y tú eres una pesada. ¡Hemos estado encima de esa cosa durante tres horas!

-Bueno… no podemos venir andando, ¿no?

A pesar del dolor, Saito miraba alrededor con curiosidad. Calles de adoquín blanco… ni que fuera un parque de atracciones. Comparado a la Academia, había bastante más gente vestida normal aquí. A los lados de las calles vendedores ofrecían fruta y carne.

El amor de Saito por los sitios exóticos se manifestó por un momento. Pero era un mundo extraño. Había gente caminando pausadamente y gente corriendo frenéticamente. Hombres y mujeres de todas las edades caminaban por las calles.

Esto no era ninguna diferencia respecto al mundo de Saito, aunque las calles eran más estrechas.

-Estamos un poquito apretados…

-¿Apretados? Es una calle realmente ancha.

-¿Ancho, esto?

Ni siquiera son 50 metros.

Con toda aquella gente caminando, cada paso era incómodo.

-La calle Brudan, la avenida más ancha de Tristain. El palacio está justo delante- señaló Louise.

-Al palacio, pues.

-¿Por qué hemos de ir a visitar a Su Majestad, la Reina?

-Quiero pedirle que me aumente mi ración de comida.

Louise se rió.

Las calles estaban llenas de tiendas. Saito, lleno de curiosidad, no podía apartar sus ojos de ellas. Cuando se fijó en un extraño sapo metido en un tarro que tenía un vendedor, Louise le agarró de la oreja.

-Eh, no vayas por rincones. Hay muchos ladrones y bandidos aquí. Estás cuidando mi monedero en tu chaqueta, ¿verdad?

Louise había dicho que los monederos debían ser llevados por los sirvientes, y sin piedad le puso ese cometido a Saito. El monedero estaba pesadamente lleno de monedas doradas.

-Que sí… que sí... con mucha atención. ¿Pero cómo puede alguien robar algo tan pesado?

-Con magia se puede hacer en un segundo.

Pero nadie alrededor parecía un mago. Saito aprendió cómo distinguir los magos de los plebeyos en la Academia. Los magos siempre llevaban capas, y tenían un andar arrogante. Según Louise, era la forma de caminar de un noble.

-¿No son todos plebeyos?

-Por supuesto. Los nobles son sólo un diez por ciento de la población, y no suelen pasearse entre barriadas como estas.

-¿Por qué robarían los nobles?

-Todos los nobles son magos, pero no todos los magos son nobles. Si por cualquier razón un noble es desheredado de su familia, se quitase su apellido por voluntad propia, cambiara de estatus para ser un mercenario o criminal… ¡Eh! ¿Me estás escuchando?

Saito no escuchaba. Estaba demasiado fascinado por las señales de la calle.

-¿Qué significa ese símbolo de botella?

-Taberna.

-¿Y qué dice en esa señal con la gran cruz?

-Es un centro de reclutamiento para guardias.

Saito se detenía en cada símbolo extraño, y Louise tenía que cogerle de la muñeca para hacerle andar.

-Vale, vale, de acuerdo, no tengas tanta prisa. ¿Dónde está la tienda del herrero?

-Por aquí. Pero no sólo venden espadas.

Louise se metió en una calle más estrecha aún. Un olor asqueroso, proveniente de basura y otros desechos del suelo, invadió sus narices.

-Qué asco da esto.

-Te dije que los nobles no venían muy a menudo.

Al cuarto cruce, Louise se detuvo y miró alrededor.

-Debería estar cerca de la Tienda de Pociones de Peyman… recuerdo que era por aquí- vio una señal de bronce y gritó alegremente-. ¡Ah! ¡Lo encontré!

Una señal con forma de espada bailaba debajo. Parecía que este era la tienda del comerciante de armas. Louise y Saito subieron las escaleras empedradas, abrieron la puerta y entraron.

A pesar de que hacía una brillante mañana, la tienda estaba algo oscura dentro. Una lámpara de gas iluminaba la estancia. Las paredes y estanterías estaban llenas de armas sin ordenar. Una detallada armadura decoraba el lugar.

Un hombre cincuentón y fumador miró a Louise sospechosamente. Al menos hasta que vio el pentagrama en su botón dorado, que fue cuando habló.

-Mi señora… mi noble señora… ¡todos mis bienes son reales y a precios razonables! ¡No hay nada criminal aquí!

-Seré tu cliente.

-Oh… qué raro... ¡una noble comprando una espada! Bastante extraño.

-¿Y eso por qué?

-Bueno… los sacerdotes empuñan bastones sagrados; los soldados espadas; y los nobles, varitas. ¿No es esa la regla?

-Oh, no la voy a usar yo. Lo hará mi familiar.

-Ah… ¿un familiar que puede usar una espada, eh?- habló el vendedor con voz curiosa y miró a Saito-. ¿Así que este señorito de aquí es su familiar?

Louise asintió.

Mientras, Saito estaba abstraído por la vasta colección de espadas, gritando periódicamente cosas como ‘¡Guau!’o ‘¡Ésta es impresionante!’.

Louise ignoró a Saito y continuó:

-No sé mucho sobre espadas, así que, por favor, enséñame algo que sea razonable. El vendedor caminó alegremente al almacén, murmurando en silencio algo como ‘oh, esto es perfecto: puedo subir los precios’ y poco después apareció con una espada larga de un metro de longitud.

Era una espada ricamente decorada. Parecía que podía blandirse con una sola mano. Tenía incluso una guarda en la pequeña empuñadura.

El vendedor habló entonces como si hubiera recordado algo:

-Hablando de eso, parece que los nobles dejan a sus sirvientes llevar espadas últimamente. La última vez que alguno pasó por aquí, escogió de este tipo. Ya veo… una espada brillante y reluciente. Perfecta para un noble, pensó Louise.

-¿Esa es la moda?- preguntó Louise.

El vendedor asintió convencido.

-Así es. Parece que ha habido un incremento de delincuencia en las calles de Tristain últimamente…

-¿Delincuencia?

-Sí. Un mago ladrón que se hace llamar ‘Fouquet la Tierra Desmoronadora’. Y he oído que ha robado muchos tesoros de los nobles. Esos nobles están muy perturbados, y por eso están armando a sus sirvientes con espadas.

Louise no tenía interés en bandidos, y se concentró en la espada. Parecía algo que se fuera a romper al instante. Saito había usado una espada mucho más grande la última vez.

-Preferiría algo más grande y más ancho.

-Mi señora, por favor, perdone mi franqueza. Las espadas y las personas tienen personalidad, igual que los hombres y las mujeres. Me parece que esta espada le queda muy bien al familiar de mi noble señora.

-¿No acabo de decir que quiero algo más grande y más ancho?- dijo Louise, bajando impacientemente la cabeza.

El vendedor entró de nuevo, musitando en silencio ‘oh, la alcurnia’. Tras un rato, volvió trayendo en una mano la nueva espada envuelta en un trapo aceitoso.

-¿Qué hay de esta?

Era una espléndida espada ancha de metro y medio de largo. La empuñadura estaba hecha para llevar a dos manos y estaba repleta de joyería. El filo, que parecía un espejo, reflejaba una luz irresistible. Cualquiera que la mirase diría que era una espada afilada.

-Esto es lo mejor que tengo. Mejor que para nobles, debería decir que es algo que los nobles desearían llevar en sus cintos, pero eso queda reservado para los hombres muy fuertes. Si no, llevarla a la espalda no está tan mal.

Saito caminó despacio, sus ojos fijos en la espada.

-Increíble. Esa espada parece poderosa- Saito la quiso instantáneamente. Era una espada magnífica, sin importar la forma en que la mirase. Supongo que esta está bien, pensó Louise, viendo la satisfacción de Saito.

-¿Cuánto está?- preguntó.

-Bueno… fue hecha por el famoso alquimista Germaniano Lord Shupei. Puede cortar el metal como mantequilla por la magia imbuida en ella. ¿Ve esta inscripción?- el vendedor señaló orgulloso las palabras de la empuñadura-. No encontrará nada parecido y más barato.

-Bueno… soy una noble- Louise levantó la barbilla.

Ante eso, el vendedor dijo el precio secamente:

-Solamente tres mil nuevos oros.

-¿Qué? ¡Te puedes comprar una casa de veraneo con jardín por ese precio!- dijo Louise, incrédula.

Saito, que no tenía ni idea del valor de la moneda, tan sólo miraba.

-Una espada famosa vale tanto como un castillo, mi señora. Una casa de veraneo es bastante barata comparada con esto.

-Sólo he traído 100 nuevos oros…- pidió Louise. Siendo noble, no tenía habilidad para regatear, y cometió el error de decir el contenido de su monedero.

El vendedor movió la mano con desdén.

-Venga ya… incluso las espadas normales valen como mínimo doscientos nuevos oros.

La cara de Louise se volvió roja. No sabía que las espadas costasen tanto.

-¿Qué… no podemos comprar esta?- dijo Saito en tono molesto.

-No... Tendremos que ir a por algo más asequible.

-Los nobles son tan arrogantes, y ahora…- murmuró Saito.

Louise le clavó la mirada.

-¿Tienes idea de lo que cuestan las pociones? Porque alguien estuvo gravemente herido…

-Lo siento- Saito agachó la cabeza con vergüenza.

Acariciaba la espada, contrariado.

-Pero me gusta esta espada…-dijo.

En ese momento, una voz masculina y grave salió de una montaña de espadas desordenadas:

-¡No seas tan orgulloso, chico!

Louise y Saito miraron hacia el sonido. El vendedor se llevó las manos a la cabeza.

-¿Por qué no te miras a ti mismo?- continuó la voz-. ¿Tú? ¿Llevar esa espada? No me hagas reír. ¡A ti sólo te valdría un palo!

-¿Qué acabas de decir?- preguntó Saito. No se tomó ese insulto a la ligera, pero no había ningún ser en la dirección del sonido con el que enfadarse. Sólo había una montaña de espadas.

-Si lo has entendido, vete a casa. ¡Sí, tú! ¡La chica noble de allí!

-¡Qué maleducado!

Saito se acercó al sonido lentamente.

-Pero si aquí no hay nadie…

-¿Tienes los ojos para decorar solamente?- rió la voz.

Saito miró detrás de él. ¿Qué? Es una espada la que está diciendo eso. Provenía de una espada dañada y oxidada.

-¡Una espada que habla!- exclamó Saito.

El vendedor gritó súbitamente enfadado:

-¡Derf! ¡No les digas esas cosas a mis clientes!

-¿Derf?- Saito inspeccionó cuidadosamente la espada. Era del mismo tamaño que aquella gran espada, aunque su filo era algo menos ancho. Era una espada larga fina, pero su superficie estaba cubierta de óxido y no se podía decir que estaba bien hecha.

-¿Cliente? ¿Un cliente que no puede llevar una espada? ¿Me tomas el pelo?

-¿Podría ser... que esta fuera una espada sensible?- preguntó Louise.

-Así es, señora. Es una espada sensible, mágica, inteligente. Me pregunto qué clase de mago pudo haber hecho hablar a una espada… pero tiene una lengua podrida, siempre discute con mis clientes. ¡Eh, Derf! ¡Sigue así de insolente y le pediré a esta noble que te funda!

-¡Me parece bien! ¡Me gustaría verte intentarlo! Estoy algo cansado de este mundo. ¡Me encantaría ser fundido!

-¡Vale! ¡Te fundiré!- el vendedor se acercó, pero Saito le detuvo.

-Menudo gasto… ¿no es una espada parlante algo importante?- Saito se volvió hacia ella-. ¿Te llamas Derf, no?

-¡No! ¡Soy Lord Derflinger! ¡Recuérdalo!

-Igual que una persona, hasta tiene un nombre- murmuró Saito-. Mi nombre es Saito Hiraga. Encantado de conocerte.

La espada se calló, y parecía observar de cerca de Saito. Después de un momento, habló con voz queda:

-Así que has venido… ¿Eres un portador?

-¿Un portador?

-¿Qué? Ni siquiera conoces tus propios poderes, ¿eh? Menudo chico… ¡oh, bueno! Cómprame, amigo mío.

-De acuerdo. Te compraré- dijo Saito. La espada se volvió a callar-. Louise, me llevaré esto.

-¿Quieres esta cosa?- dijo Louise con cara de pocos amigos-. ¿No puedes elegir alguna otra cosa más bonita y que no hable?

-¿No te gusta? Yo creo que una espada parlante se ve bien.

-Ya veo… por eso no me gusta a mí- se quejó Louise. Pero no tenía dinero para nada más, así que le preguntó al vendedor-. ¿Cuánto por esta?

-Eh… Cien está bien.

-¿No es algo barato?

-¿Por esa? Os la dejo barata- añadió, moviendo su mano con asco.

Saito sacó la cartera de Louise del bolsillo de su chaqueta y vació su contenido en el mostrador. Una por una, monedas de oro cayeron a la superficie de madera. Después de contar con cuidado, el vendedor finalmente asintió.

-¡Gracias por la compra!- dijo, mientras metía la espada en su vaina y se la daba a Saito-. Si se pone muy ruidosa, vuelve a meterla en la funda, así se callará.

Saito asintió, y recibió a Derflinger.



Dos siluetas miraban a Louise y Saito en la tienda de armas. Kirche y Tabitha. Kirche vigilaba desde las sombras de la calle, mordiéndose con fuerza el labio.

-Louise la Zero… intentando calentar tu relación con Saito comprándole una espada, ¿eh? ¿Sobornándole con regalos después de saber que él es mi presa? ¿Qué se habrá creído?

Kirche golpeó con ira el suelo. Tabitha, habiendo acabado su trabajo, estaba leyendo como siempre. Sylphid planeaba en el cielo sobre ellas. Los habían seguido poco después de haberlos encontrado.

Kirche esperó a que la pareja se alejase, y corrió al interior de la tienda. El vendedor miraba a Kirche sin poder creer a sus ojos.

-¿Otro noble? ¿Qué diablos pasa hoy?

-Hola, jefe…- Kirche jugó con su pelo, con una sonrisa encantadora en sus labios.

La cara del vendedor se volvió de un rojo brillante ante la repentina seducción.

-¿Sabrías por casualidad qué ha comprado hace poco esa noble?

-Una e-espada… compró una espada.

-Ya veo… así que le ha conseguido una espada… ¿Qué tipo de espada?

-Una s-sucia y oxidada.

-¿Oxidada? ¿Por qué?

-No tenía suficiente dinero.

Kirche rió, con la mano en su mejilla.

-¡Está en bancarrota!- dijo Kirche en tono triunfante para sus adentros-. ¡Vallière! ¡La casa de tu Duque llorará por esto!

-¿Ah? ¿Acaso mi señora ha venido también a comprar una espada?- el vendedor se puso al acecho, no queriendo perder la oportunidad.

Esta noble parece rica comparada con la pequeñita, pensó inmediatamente.

-Sí… Enséñame la mejor.

El hombre entró, frotándose las manos, excitado. Volvió, naturalmente, con la espada que le acababa de enseñar a Saito.

-Ah… ¡una espada muy bien hecha!

-Tiene buen ojo, señora. Aquella noble de antes tenía un sirviente que la quería, pero era demasiado para ellos.

-¿Ah, sí?- preguntó Kirche. ¿El sirviente de la noble? ¡Es la que quiere Saito!

-Por supuesto… Fue hecha por el famoso alquimista Germaniano Lord Shupei. Puede cortar el metal como mantequilla por la magia imbuida en ella. ¿Ve esta inscripción?- el vendedor repitió el mismo cuento.

Kirche asintió.

-¿Cuánto?

El vendedor pidió más, viendo que Kirche era bastante más rica.

-Esto… en nuevos oros, cuatro mil quinientos.

-Hmmm… es un poquitín caro- se quejó Kirche.

-Bueno… las mejores espadas necesitan que se pague su valor, ¿sabe?

Kirche pensó durante un instante, moviendo su cuerpo hacia el vendedor.

-Jefe… ¿no es eso un poquitín caro?

Al ser acariciado en la garganta, el hombre perdió momentáneamente el aliento. Su mente fue sacudida por la tentación.

-Eh… pero… las mejores espadas…

Kirche se sentó en el mostrador, subiendo su muslo izquierdo.

-¿No es el precio algo elevado?- levantó despacio su pie izquierdo hasta posarlo en el mostrador. Los ojos del mercader se dirigieron irresistiblemente a sus muslos.

-E-Es posible… entonces… cuatro mil nuevos oros…

Kirche subió aún más su muslo, de modo que él casi podía ver entre ellas.

-Ah… no, no, no, tres mil está bien…

-¡Uf, qué calor hace…!- ignoró Kirche, y señaló los botones de su camisa-. Tengo mucho calor. Ayúdame a quitarme la camisa por favor…- le lanzó su mirada más irresistible.

-Ah... Me he equivocado, me he equivocado... ¡Dos mil quinientos!

Kirche se quitó un botón, y miró al vendedor.

-¡Mil ochocientos! ¡Mil ochocientos está bien!

Otro botón, enseñando el canalillo. Le volvió a mirar.

-¡Eh, mil seiscientos bastarán!

Kirche se detuvo con sus botones y giró su atención a su falda, subiéndola muy poquito. El hombre parecía no poder soportarlo.

-¿Qué tal por mil?- sugirió ella, levantándose la falda, lentamente, un poco más. El hombre estaba a punto de hiperventilarse.

Y de repente ella se detuvo. Su agitada respiración se volvió un quejido triste.

-Oh… oh…- Kirche se incorporó, y volvió a pedir-. ¿Mil?

-¡Oh! ¡Mil está bien!

Kirche se bajó del mostrador, escribió rápidamente un cheque y lo plantó en la repisa.

-¡Vendida!- dijo contenta. Cogió la espada y salió de la tienda, dejando al mercader mirando al cheque.

Después de un momento, volvió en sí de repente, agarrándose la cabeza.

-¡MALDITA SEA! ¿HE VENDIDO ESA PRECIOSIDAD POR SÓLO MIL?

Sacó una botella de licor de un cajón.

-Oh... ya está bien por hoy...



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