Zero no Tsukaima Español:Volumen2 Capítulo2

From Baka-Tsuki
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La Tristeza de su Majestad[edit]

Mañana.

Los compañeros de clase de Louise la miraron sorprendidos mientras entraba. Debía ser porque iba arrastrando tras ella un ser golpeado, encadenado y asegurado. Su rostro emitía un aura extremadamente peligroso y su limpia frente se curvaba en ira.

Fue directo a sentarse.

-Eh… Louise, ¿qué es lo que llevas ahí?- le preguntó Montmorency la Fragancia con la boca abierta.

-Mi familiar.

-Oh, cierto… recién le encuentro forma- asintió Montmorency. A pesar de los grandes moretones y la sangre seca en su cara, uno podría definitivamente reconocer que eso era Saito.

Su cabeza estaba encerrada con sus manos, y era llevado como un saco de basura.

-¿Qué fue lo que hizo?

-Se metio en mi cama.

-¡OH!- exageró Montmorency su sorpresa, jugando con su ondulado cabello-. ¡Vulgar! Ay, colarse en la cama es tan… ¡Oh! ¡Sucio! ¡Impuro! ¡Muy sucio!- empezó a morder su pañuelo, mientras murmuraba cosas sobre reputación y ancestros y cosas por el estilo.

Agitando su cabello rojo encendido, Kirche entró al salón de clases y se quedó mirando a Louise.

-Debe ser tu seducción, ¿no, Louise? Tú, sucia y tramposa Louise sedujiste a Saito como una golfa, ¿no?

-¿Quién es la sucia aquí? ¿No eres tú? ¡De ninguna manera lo seduciría!

-Ay… así todo golpeado… pobre chico… déjame curarte- Kirche abrazó la cabeza de Saito. Sus grandes pechos casi lo sofocaban, pero no ofreció resistencia; al contrario, le encantó aquel repentino suceso.

-¡Ouch! ¡Ouch! ¡Ouch!

-¿Estás bien? ¿Dónde te duele? Te curare con un hechizo.

-Deja de mentirle- dijo Louise indignada-. No puedes usar hechizo de curación tipo agua. Tu nombre rúnico es "Calor" como en "calentura". Anda y enfriate un poco.

-Es Ardiente. AR-DI-EN-TE. No sabía que también eras Zero por tu memoria- Kirche miro hacia el pecho de Louise-. ¡Parece que el nombre ‘Zero’ no es sólo para tus pechos y tu magia!

La cara de Louise se puso roja en un instante. Sin embargo, se rió fríamente, mordiéndose el labio.

-¿Por qué tengo que ofenderme por lo que dice alguien que sólo puede fanfarronear de sus pechos? ¿Estás diciendo que una mujer vale por el tamaño de sus senos? ¡Ésa sí que es una manera retorcida de pensar! Tu cerebro debe estar vacío o algo… todos los nutrientes se fueron a tus p-pechos. Tu cerebro debe… d-debe e-estar vacío…

Por más que trató de aparentar tranquilidad, su voz le temblaba. Parecía que le habían hecho una gran ofensa personal.

-La voz te tiembla, Vallière- dijo Kirche gentilmente. Alzó el cuerpo de Saito, lleno de heridas y moretones, y tocó su cara con su pecho-. ¡Oh, querido! ¿Piensas que Kirche Pechos-Grandes es estúpida?

-N-no… ¡Eres muy inteligente!- Saito estaba en éxtasis con la cabeza entre los pechos de Kirche.

La ceja de Louise se alzó y, ferozmente, ella tiró de la cadena que tenía en la mano.

-¡Tú vienes aquí, Saito!

Saito, con la cabeza, las muñecas y todo el cuerpo atados, cayó bruscamente en el piso. Louise se paró atrás de él y le habló duramente.

-¿Quién te dio permiso para hablar en humano? Se supone que debas decir ‘woof’, perro.

-Woof. Sí, ama- replicó Saito muy bajo.

-Perro estúpido. ¡Hazlo de nuevo! ¿Cuando quieras decir ‘sí’, qué vas a decir?

-¡Woof!

-¡Exacto! Dices ‘woof’ una vez. ¿Y cuando quieras decir ‘Entiendo, ama’?

-¡Woof, woof!

-¡Correcto! Dices ‘woof’ dos veces. ¿Y para ‘Quiero ir al baño’?

-¡Woof, woof, woof!

-¡Muy bien! Dices ‘woof’ tres veces. Ese es un muy buen vocabulario, incluso para un perro estúpido. Así que no tienes que decir nada más, ¿entendido?

-Woof…

-¡Un querido ladrador sigue siendo lindo!- dijo Kirche, acariciando el mentón de Saito-. Oh… puedes venir a mi cama esta noche. ¿Qué dices? Puedo dejar que ‘woof woof’ lama un montón de lugares que le gustarán…

Saito saltó sobre sus rodillas, meneando la cola, que era una escoba que Louise había atado a su espalda la noche anterior. Incluso tenía orejas hechas de harapos en su cabeza.

-¡Woof! ¡Woof! ¡Woof, woof!

Louise jaló con fuerza la cadena hacia sí.

-¡Tú, pequeño…!- dijo amarga, y se paró sobre él.

-¿Acaso no dije ‘woof’ como querías que haga?- Saito ya había tenido suficiente. Se paró con una cara de ahora te daré tu lección y caminó hacia Louise. Todo lo que tuvo que hacer Louise fue enredar sus piernas con la cadena, y Saito cayó con un ruido sonoro.

-No tienes ninguna diferencia con los perros en sus estados pasionales. No solamente le moviste la cola a una mujer Zerbst, sino que también trataste de atacar a tu propia ama. Despreciable. Muy, muy, muy, muy indecoroso- Louise cogió el látigo de su mochila y empezó a pegarle vigorosamente a saito con él.

-¡Ouch! ¡Para! ¡Para! ¡PARA!

Con el cuerpo atado, Saito sólo podía rodar por el piso.

-¿Ouch? ¿No es ‘woof’? ¡Es ‘woof’! ¡Todos los perros dicen ‘woof’!

El sonido de los latigazos retumbaba a través del Salón de Lectura. El cabello de Louise se agitaba mientras daba caza a Saito, quien trataba de huir gateando, y lo azotaba continuamente. Saito hacía quejosos ‘woof’s cuando le caía un golpe. Nadie que lo viese así creería que era él el Legendario Familiar.

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Los estudiantes en el salón de clase veían esta escena tan vergonzosa, preguntándose si era en verdad él quien había vencido a Guiche el Bronce y si en realidad había capturado a Fouquet la Tierra Desmoronadora.

¡CRACK! ¡CRACK!

Los estudiantes veían sin decir nada cómo Louise le pegaba a Saito. Louise, que tenía toda su atención puesta en azotar a Saito, recién se dio cuenta de que todos la estaban mirando, y su cara se puso roja. Guardó el látigo precipitadamente y se cogió las muñecas.

-¡L-La disciplina terminó!

Sabemos que es disciplina, pero,rayos… Los estudiantes, horrorizados por la escena, se voltearon.

-¿No eres tú la acalorada, Vallière?- dijo Kirche aburrida.

Louise la fulminó con la mirada. Saito, con un continuo dolor y heridas, se desmayó y simplemente cayó en el piso, como sin vida. La puerta del profesor se abrió, y apareció el Profesor Kaita. Los estudiantes se sentaron.

El Profesor Kaita era el que había regañado a la Profesora Chevreuse por haberse quedado dormida durante el incidente de Fouquet, y al que Osmond había dicho que era muy fácil de molestar. Cabello largo negro azabache, y una capa muy oscura; cada movimiento suyo daba una sensación poco amistosa e inconfortable. A pesar de ser joven, su trato antipático y su mirada fría le otorgaron una mala reputación por parte de los estudiantes.

-Comencemos con la clase. Como todos saben, el nombre de mi Runa es Ráfaga. Kaita el Ráfaga- fue envuelto con miradas atónitas y, satisfecho por eso, continuó:-. ¿Sabe usted, Señorita Zerbst, cuál es el elemento más poderoso?

-¿El del Vacío?

-No estoy preguntando cosas de leyendas. Quiero cosas reales.

-Entonces tiene que ser el elemento del Fuego, Profesor Kaita- añadió Kirche con confidencia.

-¡Oh! ¿Por qué cree eso?

-El calor y la pasión pueden quemar cualquier cosa y todo, ¿o no?

-Me temo que no es así- dijo Kaita, sacando su varita de la cintura-. Vamos a intentarlo. Atáqueme con su mejor ataque elemental de fuego. Kirche se paró, sorprendida. ¿Qué está haciendo este maestro?

-¿Qué sucede? Me parece que usted trabaja mejor con hechizos de fuego, ¿me equivoco?- desafió Kaita.

-No va a ser una simple quemadura- guiñó Kirche.

-No hay problema. Déme su mejor tiro. ¿No me diga que el color llameante del cabello de los Zerbst es sólo cuestión de estilo?

La usual sonrisa enérgica de Kirche desapareció. Retiró su varita de su escote; su cabello largo, feroz, carmesí, las puntas moviéndose, crepitando como si erupcionasen flamas de él. Agitó su varita y de su estirada mano derecha apareció una pequeña bola de fuego. Mientras Kirche recitaba el hechizo, la bola de fuego se expandía, convirtiéndose en una gran esfera de fuego de un metro de diámetro. Los estudiantes se escondieron bajo sus pupitres, asustados. Kirche giró sus muñecas y las revolvió hacia su pecho, liberando la bola de fuego.

Parecía que Kaita no iba a tratar de esquivar la gigantesca bola de fuego que se dirigía hacia él. Alzó su varita e hizo una serie de florituras, como si se tratase de una espada. Un viento feroz comenzó de pronto, e instantáneamente dispersó la enrome bola de fuego. Incluso derribó a Kirche, que se encontraba lejos al otro lado de la habitación.

-A todos les digo ahora por qué es el Viento el elemento más poderoso. Es muy simple. El Viento puede esparcir todo. Fuego, agua, y tierra; ninguno puede hacer nada contra vientos suficientemente fuertes- anunció enérgicamente Kaita-. Desafortunadamente, la realidad no me permite experimentar esto, pero incluso el Vacío no podría resistirlo. Ése es el Elemento Viento.

Kirche se paró, contrariada, y cruzó los brazos. Kaita no le prestó atención y continuó hablando:

-El invisible viento será el escudo que los proteja a todos y, si es necesario, la lanza que atravesará a sus enemigos- alzó su varita y gritó a la vez que lanzaba el conjuro-. ¡YOBIKISUTA DERU WUYINDE …!

Sin embargo, en ese preciso momento, la puerta del aula se abrió, y un nervioso Colbert entró. Estaba vestido extraño, con una peluca grande y dorada sobre su cabeza. En una observación más detallada, su traje tenía los más intrincados bordes y decorados. Todos se preguntaron qué hacía vestido de esa forma.

-¿Profesor Colbert?- Kaita alzó una ceja.

-Eh… siento interrumpirlo, Profesor Kaita.

-Estamos en clase- replicó tercamente Kaita, mirando fijamente a Colbert.

-A partir de ahora, las clases de hoy están canceladas- anunció Colbert severamente. Hubo una ovación por parte de los estudiantes. Para hacerlos callar, Colbert agitó ambos brazos y continuó-. Tengo algo de anunciarles a todos- Colbert inclinó exageradamente la cabeza hacia atrás, y la peluca se resbaló hasta el piso.

La tensión que Kaita había originado se rompió a medida que las risotadas invadían el aula.

-Brillante- dijo de repente Tabitha, que se sentaba al frente, señalando la cabeza calva de Colbert.

Las risas se hicieron más fuertes.

-Realmente puedes decir algo bueno cuando hablas de vez en cuando- rió Kirche mientras palmeaba el hombro de Tabitha.

-¡Silencio!- gritó Colbert, ruborizado-. Solamente los plebeyos se ríen de una manera tan escandalosa. Los nobles sólo ríen disimuladamente con las cabezas hacia abajo, incluso cuando encuentran algo muy gracioso. De otra forma, la Corte Real cuestionará los resultados en la educación de nuestra escuela.

Finalmente la clase se quedó en silencio.

-Muy bien, todos. Hoy sería el día más importante para la Academia de Magia de Tristain. Hoy es el cumpleaños de nuestro gran Fundador Brimir, un día muy festivo- el rostro de Colbert se puso serio y colocó sus manos tras su espalda-. Es muy probable que la hija de Su Majestad, la hermosa flor que nosotros los Tristainianos podemos presumir ante todo Halkeginia, la Princesa Henrietta, vaya a pasar, para nuestra gran suerte, por aquí en su viaje de visita a Germania.

El salón se llenó de susurros y cuchicheos.

-Por lo tanto, no debemos permitir que algún estudiante flojee. Como son noticias repentinas, ya hemos comenzado los preparativos para recibirla como mejor podamos. Debido a esto, las clases de hoy serán canceladas. Todos los estudiantes, por favor, vístanse con formalmente y reúnanse en la entrada- dijo Colbert. Los estudiantes asintieron ansiosamente a la vez. Colbert asintió también y anunció fuertemente:-. Ésta es una oportunidad excelente para que Su Majestad, la Princesa, sepa que todos han madurado como nobles modelos. Todos prepárense de la mejor manera para que Su Majestad sea testigo de esto. ¡Se pueden retirar!

+++

Cuatro corceles con cascos doradas guiaban el carruaje silenciosamente hacia la Academia de Magia. El carruaje estaba exquisitamente adornado con esculturas de oro, plata y platino. Esas esculturas eran los Sellos Reales. Uno de ellos, un unicornio con un báculo de cristal cruzado, señalaba que el carruaje pertenecía a Su Majestad, la Princesa.

Si uno miraba con más detenimiento, podía ver que los sementales que conducían el carruaje no eran corceles comunes. Eran unicornios, como el del Sello Real. Unicornios que, según los mitos, sólo permitían a las doncellas más puras montarlos. Eran los indicados para guiar el carruaje de la Princesa.

Las ventanas del carruaje tenían bordes enredados y cortinas, como si prohibiesen las miradas desde fuera. Atrás del carruaje de la Princesa estaba el Duque Mazarini, quien había mantenido rígida la autoridad política desde la muerte de Su Majestad el Rey. Su esplendor de su carruaje no perdía ante el de Su Majestad la Reina. De hecho, el suyo estaba incluso más embellecido. La diferencia de estos dos carruajes en el camino mostraba claramente quién tenía actualmente mayor autoridad en Tristain.

Rodeando los dos carruajes estaba la Guardia Real, una sección de magos guardianes. Compuesta en su mayoría por prominentes familias de nobles, la Guardia Real Mágica era el orgullo de todos los nobles del país. Todos los nobles hombres soñaban con vestir la capa negra de la Guardia Real Mágica, y todas las mujeres nobles soñaban con ser sus esposas. La Guardia Real de Tristain era su símbolo de prosperidad.

El camino estaba lleno de flores, y los plebeyos ovacionaban a la Princesa desde la carretera.

-¡Larga vida a Tristain! ¡Larga vida a la Princesa Henrietta!- se oía cada vez que el carruaje pasaba junto a ellos.

-¡Larga vida al Duque Mazarini!- se escuchaba incluso a veces, pero eran ecos en comparación con los que gritaban a la Princesa. Se rumoreaba que él tenía sangre plebeya, por lo que no era muy bien considerado, pero algunos afirmaban que sólo lo decían por envidia a su puesto.

Los gritos se hicieron más fuerte cuando las cortinas del carruaje se abrieron y la multitud pudo ver a la Princesa. Y ella también devolvía una gran sonrisa a la gente.

+++

Henrietta cerró las cortina y dio un profundo suspiro, mientras la sonrisa de rosa que había dado a la multitud desaparecía. Todo lo que quedaba era una profunda nostalgia y una aflicción no acordes con su edad. La Princesa tenía diecisiete años. Con una figura esbelta, brillantes ojos azules, y una nariz recta, era una belleza que acaparaba todas las miradas. Sus finos dedos jugaban con el báculo de cristal. Poseyendo Sangre Real, ella era, por supuesto, una maga.

Ni los aplausos por el camino, ni las flores volando en el aire, podían animarla. Ella parecía mantener profundas angustias políticas y sentimentales.

Sentado junta a ella, Mazarini la miraba mientras jugaba con su barba. Llevaba un sombrero como los de los sacerdote y traje formal gris. Era un hombre delgado y delicado de cuarenta y tantos años. Su cabello y su barba ya crecían blancos, y sus dedos lucían esqueléticos, haciéndolo parecer mucho mayor de lo que era. Desde que Su Majestad el Rey había muerto, su rígida dirección en las relaciones exteriores y las políticas internas lo había envejecido considerablemente.

Había bajado de su carruaje y ahora estaba en el de la Princesa. Quería hablar de política, pero la Princesa sólo suspiraba y no le prestaba atención.

-Ésta es la treceava vez en este día, Su Majestad- hizo notar Mazarini, molesto y preocupado.

-¿Qué cosa?

-Los suspiros. Los de la realeza no deberían hacer esos frente a sus subordinados todo el tiempo.

-¿Qué? ¿Realeza?- Henrietta estaba consternada-. ¿No eres tú el Rey de Tristain? ¿No está Su Alteza al tanto de los rumores en las calles?

-No lo estoy- respondió Mazarini indiferentemente. Estaba mintiendo.

Él sabía todo lo que sucedía en Tristain, incluso en todo Halkeginia, hasta la cantidad de escamas de los dragones que vivían en los volcanes. Él sabía todo al respecto. Simplemente pretendía que no.

-Entonces permitame contarle. La Familia Real tendrá belleza, pero no su báculo. Cardinal, es usted el que porta el báculo. Huesos de pájaro vistiendo un sombrero gris…

Mazarini parpadeo. Parecía que las palabras ‘huesos de pájaro’ aguijoneaban provenientes de la Princesa. -Por favor, no hable de los rumores de los plebeyos tan abiertamente…-

-¿Por qué no? Son sólo rumores. Me casaré con el Rey de Germania, como usted me ha dicho.

-No podemos evitar eso. Una alianza con Germania es extremadamente importante para Tristain- dijo Mazarini.

-Eso lo sé.

-¿Su Majestad entiende la rebelión que se está llevando a cabo en el País Blanco de Albión bajo la dirección de esos idiotas? Esa gente parece no poder tolerar la existencia de la Realeza en Halkeginia- dijo Mazarini, frunciendo el ceño-. ¡Irrespetuosos! ¡Brutos Imbéciles! ¡Tratan de colgar al pobre Príncipe! Incluso si el mundo entero puede perdonar tales acciones, el Fundador Brimir no lo hará. Yo no los perdonaría. Verdaderamente…

»Sin embargo, la nobleza de Albión ha sobrepasado el poder. La Familia Real Albióniana no sobrevivirá hasta mañana. Una de las tres Realezas conferidas por el Fundador Brimir va a caer, así de simple. Eh… los países que no pueden solucionar sus propios conflictos internos no tienen derecho a existir.

-La Familia Real Albióniana no es como la Germaniana. Todos ellos son mis parientes. No tienes ningún derecho a hablar así, ni siendo Cardenal.

-Mis sinceras disculpas. Le pediré perdón al Fundador Brimir antes de irme a dormir esta noche. Pero todo lo que le he dicho, Su Majestad, es la verdad.

Henrietta sólo sacudió la cabeza tristemente. Incluso un gesto como ese resaltaba su belleza.

-Lo que se dice es que esos estúpidos nobles Albiónicos tienen la desfachatez de declarar cómo van a unificar todo Halkeginia. Ciertamente, parece que esa gente va a tener en la mira a Tristain después de eliminar su realeza. Si eso en verdad sucede, será muy tarde si no tomamos las previsiones desde ahora- explicó severamente Marchinelli a Henrietta, quien miraba fuera por la ventana, pretendiendo no prestar atención-. Leer sobre las acciones de los oponentes y contrarrestarlas en la primera oportunidad disponible es política de verdad, Su Majestad. Su podemos crear una alianza con Germania, podemos crear un convenio para neutralizar el nuevo gobierno Albiónico, y asegurar así la supervivencia de este pequeño país.

Henrietta volvió a suspirar. Marchinelli abrió la cortina y miró el exterior, encontrándose la sombra de su orgullo. Un noble joven de rostro como para quitar el aliento, con un sombrero de pluma y una larga barba, marchaba con la comitiva. Una medalla de un grifo sujetaba su capa negra, y una mirada a su montura señalaba por qué. Tenía la cabeza, las alas y las zarpas de águila; pero el cuerpo y las piernas eran de león.

Un grifo.

Este hombre era el líder de una de las tres divisiones de los Guardia Mágica, los Caballeros Grifo, el Capitán Lord Wardes. Su división era la más memorable de la Guardia Mágica entera, y especialmente para Mazarini. Ejerciendo una formidable destreza con la magia, la Guardia Mágica estaba organizada a través de pruebas extremamente selectivas entre los nobles, y cada miembro montaba una bestia mágica, de acuerdo al nombre de su división. Eran los símbolos de miedo y orgullo de los Tristainianos.

-¿Me llamó, Su Alteza?- los ojos de Wardes brillaron y se acercó a la ventana del carruaje sobre su grifo. La ventana se abrió, despacio. Mazarini sacó la cabeza.

-Joven Wardes, Su Majestad se siente deprimida. ¿Puedes conseguir algo para animarla?

-Entendido- asintió Wardes. Observó el camino con la mirada de un águila.

Rápidamente, encontró una pequeña sección de la calle, e hizo descansar a su grifo ahí. Sacando su báculo de la cintura, recitó un encantamiento, y lo movió enérgicamente. Un pequeño torbellino se levantó del suelo, recolectando los pétalos esparcidos por el suelo en las manos de Wardes. Regresó al carruaje con el "ramo" y se lo presentó a Mazarini.

-¿Podría, Capitán, entregárselo usted mismo a Su Majestad?- sugirió Mazarini, cogiéndose la barba.

-Sería un gran honor- saludó Wardes, y fue hacia el otro lado del carruaje. La ventana se abrió lentamente. Henrietta extendió su mano para recibirlo, y le enseñó su mano izquierda. Wardes la sostuvo emotivamente y la besó con suavidad.

Wardes la sostuvo emotivamente y la besó con suavidad.

-¿Cuál es su nombre?- preguntó Henrietta, aún un poco disgustada.

-Lord Wardes, líder de los Caballeros Grifo, Guardia Mágico de Su Majestad- respondió, inclinando la cabeza.

-Un modelo de nobleza. Muy amable de tu parte.

-Soy meramente un humilde siervo de Su Majestad.

-Últimamente hay pocos nobles que dirían eso. Cuando el Abuelo aún vivía, oh… bajo el gran reinado de Philippe III, esa maravillosa caballerosidad era propia de toda la nobleza.

-Son tiempos triste ahora, Su Majestad.

-¿Puedo contar con tu sinceridad cuando vuelva a esos tiempos tristes?

-No importa cuando suceda, no importa donde esté, en batallas o en los cielos, no importa lo que tenga que dejar atrás, correré para servir a Su Majestad.

Henrietta asintió. Wardes la saludó una vez más y dejó el lado del carruaje.

-¿Ese noble está capacitado?- preguntó la Princesa a Mazarini.

-Lord Wardes. Su nombre runico es ‘Relámpago’. Incluso hay poca gente en el País Blanco que pueda ser rival contra él.

-Wardes… Me parece haber oído de ese lugar antes.

-Creo que está cerca a las tierras de Lord Vallière.

-¿Vallière?- Henrietta comenzó a recordar y asintió. Ese nombre se encontraba en su destino, la Academia de Magia-. ¿Sabe usted el nombre del noble que capturó a Fouquet la Tierra Desmoronadora, Cardenal?

-Me temo que no.

-¿Pero no va a nombrarlos Caballeros?- Henrietta estaba sorprendida.

-Creo que ya es tiempo de cambiar las reglas de los nombramientos. Uno necesita servir en la armada para merecerlo. ¿Cómo se puede entregar tan fácilmente el título de Caballero por arrestar un bandido? Por otro lado, parece que pronto pelearemos contra Albión al lado de Germania, y no sería una buena idea perder la lealtad de nuestros nobles por celos.

-Ha tomado muchas dediciones sin que yo lo sepa.

Mazarini no respondió. Empezando a murmurar, Henrietta recordó que el nombre Vallière estaba entre los nobles que capturaron a Fouquet. Todo irá bien, pensó, y se calmó.

-Su Majestad- dijo Mazarini mirando a la Princesa-, parece que hay un poco de… inestabilidad entre la Corte Real y parte de la nobleza-

Henrietta Se agito.

-Algo sobre intervenir en el casamiento de la Princesa y destruir nuestra alianza con Germania-

Sudor frío corrió por la frente de Henrietta.

-¿Ha estado exponiéndose a ellos, Su Majestad?

-No…- respondió molesta Henrietta, luego de un largo silencio.

-Tomaré la palabra de Su Majestad, entonces.

-Yo soy la Princesa. Yo no miento- Henrietta dio un suspiro de alivio.

-Es la catorceava vez, Su Majestad…

-Es sólo algo en mi mente. Todo lo que puedo hacer ahora es suspirar.

-Como miembro de la realeza, la estabilidad de su país está antes que sus sentimientos.

-Siempre esa así- respondió Henrietta apáticamente. Miró las flores que tenía en sus manos y agregó, abatida-. ¿No son las flores en el camino una bendición, Cardenal?

-Lo que sé es que la persona a la que se entrega la flor, es la bendición de la flor.

+++

Mientras la Princesa cruzaba las puertas de la Academia, varias filas de estudiantes alzaron sus báculos a la vez, silenciosos y serios. Después de las puertas principales se encontraban las puertas a la torre central. Osmond esperaba ahí a recibir a la Princesa. Cuando los carruajes pararon, los sirvientes se apresuraron a colocar una alfombra roja en la puerta. Los guardias anunciaron su llegada.

-¡La Princesa del Reino de Tristain, la Princesa Henrietta, ha llegado!

El primero en salir, sin embargo, fue el Duque Mazarini.

Los estudiantes gruñeron, pero Mazarini no les prestó atención, y se paró a lado del carruaje, cogiendo la mano de la Princesa mientras ella descendía. Finalmente los estudiantes aplaudieron. Una sonrisa jovial y florida apareció en el rostro de la Princesa cuando se volvió elegantemente.

-¿Esa es la Princesa de Tristain? Yo luzco mejor que ella.- murmuró Kirche-. Oh, querido mío, ¿quién crees que es más hermosa?

Se volvió hacia Saito, fuertemente encadenado y recostado sobre el suelo.

-¡Woof!

-¡No puedo entenderte si sólo dice ‘woof’! ¿Quién es?

Saito miró hacia Louise, quien miraba a su vez atentamente a la Princesa. Si pudiese siempre estar así de callada, sería pura, conmovedora y bastante bella. No importaba cuánto se molestara, cuán mal lo tratara, incluso si lo trataba como un perro, esa delicada visión de ella y esa apariencia impactante ponían a Saito en un trance.

Louise se ruborizo repentinamente. Saito la vio. ¿De qué se trataba? Se volvió hacia lo que sea que ella estaba viendo. Era un noble apuesto con sombrero, montado sobre una bestia mágica con cabeza de águila y cuerpo de león. Louise lo miraba cautivada.

Saito lo encontró extraño. Ese noble parece ser un buen tipo, pero no hay ninguna razón para mirarlo tan profundamente ni mucho menos sonrojarse. ¿O estaré celoso?, pensó. No, no puede ser. No tengo ese tipo de relación con Louise, se rebatió él mismo.

No importa, pensó Saito. Aún tengo a Kirche. Una morena con un escote bien dotado. Una belleza apasionada. Si resulta ser así, Kirche no estaría para nada mal, pensó emocionadamente. Pero Kirche también estaba sonrojándose viendo al noble. Saito bajó la cabeza, sintiendo de pronto todo el peso de las cadenas sobre él llevarlo al piso. Tabitha simplemente leía su libro, como si la llegada de la Princesa no tuviese importancia para ella.

-Y tú sigues así- le dijo a Tabitha.

Ella alzó la cabeza y miró lo que Louise y Kirche miraban, volvió a mirar a Saito y solamente murmuró:

-Sólo tres días.

+++

Esa noche…

Saito yacía en su cama de paja, mirando a Louise. Parecía que ella no podía calmarse. Se paraba un momento, y al siguiente se sentaba, preocupada por algo, mientras abrazaba su almohada, desde que vio al noble ese día. Después de eso, sin decir nada, regresó a su habitación como un fantasma y desde ahí había estado sentándose en su cama así.

-Estás… actuando extraño- dijo Saito, pero Louise no dio respuesta.

Se paró y se sacudió frente a sus ojos. Ella no reaccionó.

-Un poco muy extraña…- dijo, y jaló el cabello de Louise. Su cabello era muy delicado, muy suave; la clase de suavidad que si incluso se jala ligeramente se rompe.

Saito puso un poco de fuerza cuando jaló, pero ella todavía no reaccionaba. Lo mismo para cuando jaló sus mejillas.

-Hora de ponerse el pijama- dijo alegremente a Louise, alcanzando su blusa y desabotonándola despacio. Ahora ella sólo estaba en ropa interior. Pero todavía no se movía, como si estuviese hechizada.

Aburrido… ¿Qué pasa con ella? Cielos…, tosió Saito.

-Louise. De mi mundo proviene este arte llamado ‘masaje expande-senos’.

Saito lo hizo, por supuesto. Se sonrojó.

-Lo sobas así, y luego irán creciendo poco a poco. Se puede decir que es un tipo de magia- Saito extendió sus manos, como si fuese a abrazarla, y empezó a tocarle el trasero-. ¿Qué es esto? ¿Dónde están? ¿Por qué no están ahí? Oh… este es su trasero- y luego sacudió su cabeza a propósito-. ¡Cielos… me equivoqué! Ambas son planas, por eso.

Louise seguía sin moverse, ni siquiera ante este asqueroso acto de Saito.

-Yo… ¿qué estoy…? ¡Idiota! ¿Qué acabo de hacer?

Después de darse cuenta de eso, agitó su cabeza con fuerza y la golpeó con sus propias manos contra la cama. Se sintió deprimido. Sabía que como persona, ser gritado y regañado a veces era la gloria. Pero si sólo dolía si alguien decía algo, entonces era mejor no notarlo.

Justo cuando se estaba revolcando, alguien llamó a la puerta.

-¿Quién podrá ser?- le preguntó a Louise.

Los golpes eran ordenados. Empezaron con dos golpes largos y luego tres cortos. Louise despertó de su trance de pronto. Se puso sus ropas, se paró, y abrió la puerta.

Parada fuera había una chica, enteramente cubierta con un velo negro. Miró alrededor y luego entró, cerrando la puerta tras ella.

-¿Tú eres…?- Louise, impresionada, apenas podía hablar.

La chica hizo un gesto de ‘silencio’ con un dedo sobre su boca y sacó un báculo de su capa negra, moviéndolo suavemente mientras recitaba un hechizo corto. Un brillante polvo inundó la habitación.

-¿Un encantamiento silenciador?- preguntó Louise.

-Puede haber oídos y ojos extra alrededor- asintió la chica del velo.

Después de asegurarse de que la habitación no poseía ningún oído mágico ni ningún agujero para espiar, se quitó lentamente el velo.

Frente a ellos estaba la Princesa Henrietta.

Saito contuvo el aliento. Louise es muy bonita, pero la Princesa puede competir con ella en belleza, y encima con esa admirable elegancia.

Louise se dejó caer desesperadamente sobre sus rodillas. Saito no sabía qué hacer, y se quedó para, sin tener ninguna idea sobre lo que pasaba.

-Ha pasado mucho tiempo, Vallière- dijo gentilmente Henrietta.


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