A Simple Survey:Volume2 Atracción 04: Difference between revisions

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Atracción 04: Solterona de muerte súbita[edit]

Solterona.

Ese término, que se refiere a una mujer mayor soltera, puede no sonarle nada a primera vista a alguien de Japón, pero suena mucho más familiar cuando se refiere al término japonés baba-nuki[1].

Al pensar en su significado en español, las reglas del juego parecen un poco crueles, ¿verdad?

Estaba sentado en una mesa jugando a una versión modificada de la solterona.

Era una partida de uno contra uno.

A cada jugador se le repartía la mitad de una baraja de 52 cartas. Luego, cada jugador recibía 26 comodines, para un total de 52 cartas cada uno.

Ambos jugadores barajaban su baraja solo una vez para completar sus preparativos.

El jugador A podía elegir libremente cartas de cualquier parte de su baraja, pero solo podía mostrar dos cartas a la vez. El jugador B tomaba una de esas dos cartas.

La carta tomada se contaba y la otra carta se descartaba sin mostrársela al Jugador B.

Cada jugador se turnaba en este proceso hasta que todas las cartas se hubieran tomado o descartado. El jugador con menos comodines al final era el ganador.

El ganador recibía dinero según el número de comodines que el perdedor había tomado, y este último contraía una deuda por la misma cantidad.

Si un jugador era descubierto haciendo trampa, se le imponía la misma deuda que el máximo de 26 comodines. Sin embargo, el tramposo debía ser descubierto en el acto. Si un jugador alegaba que el otro hacía trampa, pero no se encontraban pruebas, asumía esa deuda máxima.

-…

Acababa de añadir los 26 comodines a mi baraja y la barajé.

Al otro lado de la mesa redonda, frente a mí, había un joven rubio, lleno de accesorios, que parecía tener todo lo que un asalariado como yo no tenía. También barajó sus cartas e incluso las colocó con estilo en un borde de la mesa.

El joven sonrió y dijo:

Te ves fuera de lugar. ¿Sabes dónde estás? Cada comodín vale 10 millones de yenes.

-Y tú te esfuerzas demasiado por verte bien.

-No pareces el tipo de persona para esta atracción.

-Tú tampoco. No pareces el tipo de persona que cometería un error tan grave como para tener que participar en esto.

En cierto modo, mi victoria ya estaba asegurada desde el momento en que participé en esta Solterona de Muerte Súbita.

Mi familia ya había escapado a un país con un bajo coste de vida. Puede que pensaran que era solo un viaje al extranjero, pero no tenía intención de que volvieran si perdía esta atracción.

Había oído que las grandes sumas de dinero que se intercambiaban en esta atracción las manejaba Spider Finances, una empresa muy conocida en el mercado negro. Pero solo podrían ponerme las manos encima.

Podrían llevarse mis órganos, pero no llegarían a mi familia.

Si ganaba, conseguiría el dinero que necesitaba y, si perdía, lo perdería todo, pero mi familia se salvaría de todas formas.

Esa era mi definición de victoria.

-Bueno, bueno. Empecemos con esta partida de Solterona de Muerte Súbita. -Interrumpió una conejita sonriente que parecía tener la misma edad que mi hija. -¿Ya decidieron una estrategia? ¿Se imaginan la victoria? ¿Le han rezado a Dios? Bueno, es hora de empezar de cualquier manera. Se tarda tanto en superar a todos con estas atracciones de uno contra uno.

El joven y yo cogimos cada uno una de las dos cartas que nos ofreció la conejita.

Yo tenía el as de picas.

El joven tenía el rey de picas.

-Morita-san, tienes el as, así que juegas primero.

-…

Jugar primero o último no daba ninguna ventaja real.

Incluso si el joven conseguía darme los 26 comodines, la partida terminaría en tablas si yo también le daba los 26 comodines.

-Vamos, viejo. Elige.

Con una sonrisa en el rostro, el joven tomó dos cartas de su mazo y me las ofreció. No tenía forma de saber cuál era un comodín con solo mirar el dorso. Era posible que ambas fueran comodines o ninguna.

Tras dudar un momento, tomé la carta que estaba a mi derecha.

-Comodín. Son 10 millones para mí.

La sonrisa del joven se hizo más profunda.

-Morita-san, tu cuenta ahora es uno. -Dijo la conejita.

Era demasiado pronto para decir si lo estaba haciendo bien o mal. Sacar un solo comodín no era suficiente para determinar mi situación.

Por ejemplo, ¿qué hubiera pasado si ambas cartas hubieran sido comodines?

En ese caso, habría robado un comodín sin importar la carta que eligiera. Si el joven repetía el proceso, parecería que no tenía ninguna posibilidad de ganar.

Pero no fue así.

El comodín que no elegí sería descartado. Y ambos teníamos 52 cartas. Si el joven usaba todos sus comodines antes, lo pagaría después. Se vería obligado a darme dos cartas normales para la segunda mitad del juego.

-Es mi turno. Date prisa y saca tus dos cartas, viejo.

-Bien, bien. -Dije mientras tomaba las dos cartas de mi mazo.

Se las tendí al joven.

La forma más eficiente de hacerle daño era que eligiera entre un comodín y una carta normal. Así, podía elegir un comodín sin tener que descartar uno. Eso permitía elegir el máximo de 26 comodines.

Pero...

-¡A saaalvo! Dos de picas. -Apreté los dientes y descarté el comodín, que ya no servía.

Sí. Si tu oponente elegía la carta normal, el comodín ya no se podía usar. Esta estrategia permitía un máximo de 26 comodines, pero también un mínimo de 0.

Dadas las reglas, ¿cuál era la mejor estrategia?

¿Debería usar siempre dos comodines para asegurarme de que mi oponente usara 13?

¿O debería usar los comodines uno a uno para alcanzar el máximo de 26 comodines? Solo necesitaba los 100 millones de 10 comodines para arreglar mi vida arruinada, pero...

-Date prisa y elige, viejo.

-…

Dudé.

Mi mano se movía a derecha, izquierda, izquierda y derecha. Finalmente, tomé la carta de la izquierda desde mi perspectiva.

Era otro comodín.

Con el mismo resultado que antes, no podía adivinar cuál era la estrategia de mi oponente.

¿Usaba dos comodines? ¿O solo usaba uno a la vez, pero yo seguía eligiéndolo?

Y…

Si elegía un solo comodín, ¿era cuestión de suerte o había algo más?

En otras palabras, ¿podría estar haciendo trampa?

-Morita-saaan. Date prisa, date prisa☆ -Dijo la conejita.

-Así es, viejo. Preocuparte no va a servir de nada. Solo saca tus cartas.

Tomé las dos primeras cartas de mi mazo.

Esta vez eran dos comodines.

El joven rubio, por supuesto, eligió un comodín, pero no mostró ninguna preocupación.

Su expresión solo decía que era exactamente lo que esperaba.

-Anciano, puedo ver la clase de vida que has llevado en estas cartas. -El joven sacó dos cartas del centro de su baraja y las extendió. -Eres una persona bastante honesta. Justa. No eres un santo perfecto ni nada por el estilo. Normalmente usas el idealismo en cualquier argumento teórico, pero sudas la gota gorda y buscas desesperadamente una salida cuando realmente importa. Y esas acciones irregulares siempre te causan aún más problemas.

Acercó aún más las dos cartas para enfatizar sus palabras.

Era solo una diferencia de unos centímetros, pero sentía como si una pared invisible me presionara el corazón.

-No deberías hacer cosas para las que no estás capacitado. Esto es como un asalariado con traje intentando jugar béisbol contra los profesionales. Si vas a usar estas salidas, necesitas experiencia.

Tomé una de las dos cartas.

Otro comodín.

Nada había cambiado.

Tenía muy poca información.

No podía adivinar cuál era su estrategia, así que yo tampoco tenía ninguna.

-Tu turno, Morita-san -Me instó la conejita sonriente.

Estaba preocupado.

Preocupado de que el joven estuviera haciendo trampa.

De las muchas formas de juego, las cartas eran una de las más fáciles de usar para hacer trampa. O quizás sería más preciso decir que se habían desarrollado más métodos de trampa debido a su uso generalizado. Podría haber sido similar a por qué los sistemas operativos y navegadores utilizados en todo el mundo tenían más virus.

Había muchas formas diferentes de hacer trampa, pero todas podían dividirse en dos categorías básicas.

La primera consistía en preparar cartas nuevas para usar en un truco. Se podían añadir cinco o seis ases de espadas o preparar una carta con la misma cara. Estos métodos eran extremadamente efectivos y no requerían mucha habilidad, pero el riesgo de ser descubierto era alto.

El segundo era un truco que no requería nuevas herramientas. Se trataba de pura técnica. Algunos ejemplos incluían simular barajar la baraja sin barajar en absoluto y extraer con precisión la carta número 30 de una baraja de 52. Estos requerían un alto nivel de habilidad, pero el riesgo de ser descubierto era casi inexistente. Al fin y al cabo, no dejaban rastro físico.

Este juego decidiría el desenlace de la vida de las personas.

Poca gente lo dejaría en manos de la suerte.

Cualquiera que se sintiera obligado a participar en esta atracción ya sabría que no tenía suerte.

-¡Adelante!

-¡Dios mío, qué lento eres! Bueno, nueve de corazones.

El joven no dudó en elegir su carta. No parecía nervioso. Evitaba el comodín como si ya supiera qué iba a sacar.

Ni un solo músculo de su cuerpo parecía tenso al tomar dos cartas de su baraja.

-Vamos, elige. Claro, solo te tocará un comodín.

-…


La atracción llegó a su punto álgido.

Cada uno le había cogido 13 cartas al otro.

-Ay, Dios mío. No lo estás haciendo muy bien, Morita-san.

-No, no lo está haciendo. Elegir 13 comodines seguidos no es normal.

-…

No era nada normal.

Lo sabía perfectamente.

Tal como había dicho el joven, yo había tomado 13 comodines. En cambio, él solo me había quitado 3. Y solo eran de las veces que le había dado dos comodines para elegir, así que me di cuenta de que algo estaba pasando.

¿Pero qué estaba haciendo exactamente?

No podía impedir que hiciera trampa a menos que lo pillara en el acto. Si lo acusaba de hacer trampa cuando no había hecho nada, tomaría el máximo de 26 comodines como castigo. No podía quitarle la mano al joven solo porque pareciera obvio que estaba haciendo "algo".

Y ya había desperdiciado 13 comodines.

Cada uno tenía 26 comodines en total. A este paso, solo sería cuestión de tiempo antes de que me fuera imposible recuperarme. Una vez que eso sucediera, el joven ya no necesitaría hacer trampa. Solo necesitaría tomar dos cartas al azar para gastarlas.

El joven no tenía ni idea de cuántos comodines me quedaban.

Por eso no había anunciado su victoria. Pero la diferencia era demasiado grande. Normalmente, no había una forma realista de ganar en este momento.

Pero por otro lado…

Eso no significaba que tuviera que aceptar mi derrota.

-Viejo, date prisa.

-Espera un segundo.

-Pensar no te va a ayudar.

Podía hacer trampa.

Si entraba en el mismo territorio que ese joven, aún podía ganar.

Sin embargo…

Si el joven podía hacer trampa tan bien, se daría cuenta si hacía un mal intento. Si me descubrían, recibiría la deuda máxima de 260 millones de yenes. No tenía ni idea de qué estaba haciendo el joven para engañarme, pero tenía que creer que no tenía ninguna posibilidad de perder esta atracción. Si la situación empezaba a irle mal, sospecharía de inmediato.

¿Debería intentarlo de todas formas?

¿Debería hacer trampa?

¿Debería intentar engañar a alguien que era claramente más hábil que yo?

-…

Había investigado un poco sobre métodos para hacer trampa con las cartas. Conocía algunos que podía usar en esta situación. Pero solo los había practicado un poco por mi cuenta. No estaba acostumbrado a usarlos en un momento tan crucial.

¿Debería hacerlo? ¿Podría hacerlo?

-Si dudas, morirás, anciano. -Dijo el joven con una sonrisa. -Piénsalo como cocinar. Cuando cortas el repollo, no haces cada rebanada después de medir los milímetros exactos. Marcas un ritmo y cortas, cortas, cortas, cortas. Si no puedes hacer eso, te cortas los dedos.

Había visto a través de mi vacilación.

Sabía qué opciones rondaban por mi cabeza.

Y, sin embargo, aún no había descubierto cómo evitaba mis comodines y me imponía los suyos.

No veía marcas en las cartas ni pequeñas herramientas para mirar, y aun así, el joven tenía control total sobre todos los comodines de esta atracción.

Debía de estar usando algún tipo de truco en lugar de jugar limpio, pero no podía hacer nada si desconocía los detalles.

¿Qué debía hacer?

¿Qué debía hacer?

¿Qué debía hacer?

-…

Dejé escapar un pequeño suspiro.

Tomé una decisión.

Simplemente continuar la atracción solo ampliaría aún más la brecha entre nosotros. Nunca ganaría así. Si quería revertir la situación, no podía confiar en los métodos habituales. Así que tenía que hacerlo. El joven, por supuesto, estaría atento a cualquier trampa, pero mi situación empeoraría gradualmente si no lograba burlar sus defensas.

-De acuerdo. Allá vamos.

-Date prisa.

No lo había notado hasta ahora, pero me temblaban las yemas de los dedos. Estaba sudando. ¿Me acorralarían gradualmente o ganaría el premio máximo de una sola vez? Ambos nos enfrentábamos a la muerte, pero yo sentía claramente que mi vida llegaba a su fin.

Extendí una mano hacia mi baraja.

El joven entrecerró los ojos.

Iba a hacerlo.

Iba a hacer trampa.

Si el joven extendía la mano y me agarraba la muñeca derecha, todo se acabaría. Me enfrentaría a la deuda máxima.

La yema de mi dedo índice tocó la carta de la baraja.

Tomé dos cartas.

Y las saqué.

-A-aquí.

-Viejo, pensaste en intentar algo, ¿verdad?

El joven sonrió.

Sudaba tanto que pensé que mi traje barato debía estar descolorido.

-Pero te echaste atrás en el último segundo. Hiciste algunos movimientos sospechosos, pero eran un farol. Eso no es suficiente para darte ventaja.

Miré a la conejita. Sonreía como siempre.

Mientras tanto, el joven extendió la mano.

Agarró una de las dos cartas.

Tomó la carta que no era un comodín.

-Se acabó, viejo. Ya no puedes ganar.

Agarró la carta entre el pulgar y el índice.

Abrí los ojos de par en par.

Contuve la respiración.

Luché contra el mareo que sentía por la ansiedad.

Si iba a hacerlo...

Tenía que ser ahora.

-Espera.

Usé la otra mano para agarrar el brazo del joven antes de que pudiera retirarlo con la carta.

El contenido de su mano cayó sobre la mesa.

Eran dos cartas.

Sí, dos cartas colocadas una encima de la otra.

-Está haciendo trampa. Conejita, tú juzgas.

-¿¡Qué!? Espera, ¿¡qué demonios estás diciendo!? ¡¡¡Yo no hice nada!!!

-¿Mmm? -La conejita ladeó la cabeza fingiendo confusión. -Ahora, ¿por qué hay tres cartas aquí donde solo debería haber dos?

-¿¡Cómo…!?

-Porque este joven trajo una tercera carta. -Lo interrumpí rápidamente para que no dijera nada innecesario.

Le impedí hablar.

Mientras la boca del joven se abría y cerraba en silencio, la conejita continuó hablando.

-Bueno, ¿qué gana con esta tercera carta?

-Tenía la carta que quería lista en la manga. Cuando cogía la carta de mi mano, la cambiaba por la que tenía en la manga. Así podía cambiar un comodín por una carta normal.

-¡Mentira! ¡Yo no hice eso! Mira, no tengo ni una sola carta en la manga. ¡Si ganara así, necesitaría tener un montón de cartas escondidas por ahí!

-…No importa si has usado este método hasta ahora o no.

-¿Qué?

-Las reglas dicen que te juegas el máximo de 26 comodines si te pillan haciendo trampa. No importa si es la primera o la centésima vez.

-Es verdad. -Intervino la conejita.

-¡D-déjalo ya! ¡Esto es una mierda! ¡Viejo, me acabas de agarrar del brazo! Tenías una carta escondida en la palma de la mano y la dejaste caer al mismo tiempo que la mía. ¡Eso es lo que pasó!

-Quizás. -No forcé una negación. -Pero no significa nada si no me pillas en el acto.

Era igual que la trampa que él había hecho.

Y mi turno ya había terminado. No podíamos volver a hacer trampas como antes.

Había notado un movimiento sospechoso en mi mano, pero decidió que me rendí a mitad de camino. Esa había sido su oportunidad, pero la desperdició.

El joven y yo miramos a la conejita que nos observaba de cerca.

Sin embargo, la mirada en sus ojos era muy diferente a la mía.

Con una sonrisa cruel, la chica simplemente dijo.

-Ya expliqué al principio qué te pasaría si hacías trampa.

-¡E-espera...! ¡¡Fue este viejo quien hizo trampa!! ¡Yo no hice...!!

-Ah, ¿entonces dices que ella ahora puede juzgar las trampas del pasado? Me parece bien. Pero entonces creo que ella declarará que eres claramente el primero en hacer trampa.

-Lo siento, pero no puedo aceptar ningún cambio en las reglas -Dijo la conejita.

-Y ahí lo tienes.

Sonreí y dejé caer la única carta que me quedaba en la mano sobre la mesa.

Imaginé a un payaso burlándose de alguien.

Era un comodín.

-¿Pensabas que haría algo tan imprudente sin asegurarme de tener todo bajo control?


Varios hombres con uniformes de trabajo se llevaron a rastras al joven que forcejeaba. Me pregunté si debía pensar demasiado en qué sería de él. Decidí que no valía la pena. Nadie participaría en esta atracción por diversión o por capricho. Debía de tener una razón apremiante para arriesgar su vida allí.

-Felicidades.

-Gracias.

-Bien pensado.

-No se me ocurrió otra forma de contraatacar.

-Mmm.

La conejita parecía estar disfrutando.

Quizás le interesaba ver a dos personas desgastándose mutuamente en la atracción. Quizás ese disfrute persistía incluso ahora que se había decidido quién era el ganador y el perdedor.

-Entonces eso significa que…

-¿Que si sabía cómo hacía trampa? Claro que no. Si hubiera sabido lo que hacía, solo tenía que agarrarle el brazo.

-Pensé que quizá lo descubriste después, ya que lo hizo tantas veces.

-Entonces le habría agarrado el brazo la próxima vez que lo intentara.

-Ya veo.

-…¿Entonces este método iba contra las reglas?

-No, no. Si lo hubiera estado, no habríamos sacado a ese joven.

Eso significaba que ganaría mi premio sin problemas y me reuniría con mi familia. Aun así, tenía que estar alerta por si una banda de ladrones atacaba justo afuera de las instalaciones. No terminaba hasta que llegué a casa. Había tenido que participar en este tipo de atracción porque no solía llevar las cosas hasta el final.

-Ah, claro -Dijo la conejita.

-¿Qué?

-¿Quieres que te cuente cómo hacía trampa? Te molestará si te vas sin descubrirlo, ¿verdad?

Tenía razón.

Pero…

-No, la atracción terminó, así que no importa. Sería como tomar un refresco sin gas.


  1. Baba nuki es en japón como se llama al juego de la Solterona, en el que emparejas las cartas que tengas en tu mano y tomas las cartas del rival aleatoriamente, y ganas cuando te quedas sin cartas en la mano. El comodín no se empareja con ninguna carta, por lo que tenerlo en tu mano te impide ganar y querrás que un oponente lo tome.