Zero no Tsukaima Español:Volumen1 Capítulo3

From Baka-Tsuki
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Leyenda

El señor Colbert era un profesor que le había dedicado veinte años a la Academia de Magia de Tristain y ahora era una figura importante.

Le llamaban “Colbert, la Serpiente Ardiente”, y naturalmente, era un mago especializado en magia de fuego.

Desde el Ritual de Invocación de hace unos días, ha estado preocupado acerca de ese plebeyo que Louise invocó. O mejor dicho, en las runas que aparecieron en la mano izquierda del chico. Realmente son unas runas muy poco comunes, así que las últimas noches, se ha confinado en la biblioteca y ha estado investigando varios textos.

La biblioteca de la Academia de Magia de Tristain estaba ubicada en la misma torre que el comedor. Los estantes eran increíblemente altos, alrededor de unos 30 metros de altura, y la manera en que estaban alineados contra la pared era todo un espectáculo. Y con razón, ya que este lugar estaba empapado de historia, desde la creación del nuevo mundo en Halkeginia por el Fundador Brimir.

Colbert estaba ahora en la sección de la biblioteca llamada la “Biblioteca de Fenir” a la cual sólo los profesores tenían permitida la entrada.

Los estantes ordinarios a los que los estudiantes tenían libre acceso no contenían ninguna respuesta que los satisficiera.

Usando un hechizo de levitación, flotó hacia un estante que estaba fuera de su alcance y buscó atentamente un libro en particular.

Sus esfuerzos fueron recompensados cuando su mirada se dirigió al título del libro.

Era un texto muy antiguo que tenía descripciones de los familiares que han sido usados por el Fundador Brimir.

Su atención se enfocó en un párrafo en particular y mientras leía con fascinación, sus ojos se abrieron como platos.

Comparó el libro con el dibujo que había hecho de las runas en la mano izquierda del chico.

“¡Ah!” exclamó sorprendido. En ese momento, había perdido la concentración necesaria para mantener su levitación y casi cayó al piso.

Manteniendo el libro en sus brazos, bajó rápidamente y salió corriendo de la biblioteca. Su destino era la oficina del Director.

***

La oficina del Director estaba localizada en el piso más alto de la torre. Sr. Osmond, el


actual Director de la Academia de Magia de Tristain, se sentó con sus codos apoyados en su elegante escritorio de secuoya, parecía terriblemente aburrido mientras sacudía su blanca barba y cabello. Había estado arrancándose los pelos de la nariz, cuando lentamente murmuró “hrm” y tiró con fuerza un cajón del escritorio.

De adentro, sacó una pipa.

Mientras lo hacía, la Srta. Longueville, la secretaria que había estado escribiendo en el otro escritorio ubicado a un lado de la habitación, agitó su pluma.

La pipa flotó y cayó en la mano de la Srta. Longueville. El Sr. Osmond refunfuñó desanimado, “¿Es divertido quitarle a un viejo sus pequeños placeres? Señorita…”

“Cuidarle también es parte de mi trabajo, Viejo Osmond”

El Sr. Osmond se levantó de su silla y caminó hacia la tranquila y calmada Srta. Longueville. Deteniéndose detrás de Longueville, que permanecía sentada, cerró sus ojos con una expresión seria.

“Si los días siguen pasando tan pacíficamente, pensar cómo pasar el tiempo va a ser un gran problema.”

Las arrugas que se marcaban profundamente en la cara de Osmond solo daban pistas sobre la historia de su vida. La gente especulaba que tenía entre cien y trescientos años.

Pero lo que respecta a su verdadera edad, nadie la sabía. Es posible que hasta él mismo ya lo hubiera olvidado.

“Viejo Osmond”, lo llamó la Srta. Longueville, sin quitar los ojos de la pluma con la que estaba haciendo garabatos en el pergamino.

“¿Qué pasa? Señorita…”

“¡Por favor, deje de decir que no tiene nada que hacer como una excusa para tocar mi trasero!” Entonces Sr. Osmond abrió ligeramente su boca y empezó a caminar tambaleándose. “Por favor, deje de pretender que está senil cada vez que la situación no le favorece”, añadió Longueville calmadamente. Sir Osmond suspiró profundamente. Era un suspiro que llevaba el peso de varios problemas.

“¿Dónde crees que se esconde la verdadera verdad? ¿Nunca te lo has preguntado? Señorita…” “Donde quiera que esté, le aseguro, que no es debajo de mi falda, así que deje de escabullir a su ratón debajo del escritorio.”

Sir Osmond puso mala cara y murmuró tristemente.


“Montsognir”

De debajo del escritorio de la Señorita Longueville salió un pequeño ratón. Subió corriendo por la pierna de Osmond y se posó en su hombro, moviendo su diminuta cabeza. Cogió algunas nueces del bolsillo y le dio una al ratón.

“Chucho” chilló el ratón, aparentemente complacido.

“Eres el único amigo en el que puedo confiar, Montsognir”

El ratón empezó a mordisquear la nuez. Ésta desapareció rápidamente y el ratón volvió a chillar “chucho” una vez más.

“Ah, sí, sí. ¿Quieres más? Muy bien, te daré más. Pero primero, dame tu informe, Montsognir.”

“Chucho.”

“Ya veo. Así que blancas, hrm. Pero la Señorita Longueville debería usar negro. ¿No lo crees, mi lindo Montsognir?”

Un tic atacó las cejas de la Señorita Longueville. “Viejo Osmond.” “¿Qué pasa?”

“La próxima vez que vuelva a hacer eso, informaré de ello al palacio.”

“¡Kah! ¡¿Crees que podría ser el Director de esta Academia si estuviera asustado de ese lugar?!”

Los ojos del Sr. Osmond se abrieron y gritó enfadado. Fue un despliegue increíble, algo completamente inesperado de un anciano que luce tan frágil.

“¡No te pongas toda engreída solo porque le eché un vistazo a tu ropa interior! ¡Nunca te casarás a este paso! Aah~~ Ser joven de nuevo~~ Señorita…”

El Sr. Osmond comenzó a acariciar el trasero de la Srta. Longueville.

La Srta. Longueville se levantó y sin decir una palabra empezó a patear a su jefe. “Lo siento. Detente. Ow. No lo haré más. En serio.”

El Viejo Osmond se cubrió la cabeza y se encogió asustado. La Srta. Longueville respiraba con dificultad mientras seguía pateando a Osmond.

“¡Ack! ¡¿Cómo puedes hacer eso?! ¡Tratar a un superior! ¡De esta manera! ¡Oye! ¡Ouch!”

Este ‘pacífico’ momento fue interrumpido por una repentina intromisión.



La puerta se abrió de golpe, y Colbert entró rápidamente. “¡Viejo Osmond!” “¿Qué pasa?”

La Srta. Longueville volvió a su escritorio, y se sentó ahí como si nada hubiera pasado.

El Sr. Osmond tenía sus brazos detrás de él, y se giró para mirar a su visitante con una expresión seria. Ciertamente era una rápida recuperación.

“¡T-t-traigo grandes noticias!”

“No existen las grandes noticias. Todo es un conjunto de pequeños eventos.” “¡P-p-por favor, mire esto!” Colbert le pasó a Osmond el libro que había estado leyendo hace un momento.

“Es el de ‘Los Familiares del Fundador Brimir’, ¿no es así? ¿Todavía te la pasas desenterrando viejos libros como este? Si tienes tiempo para hacer eso, ¿por qué no piensas en mejores formas de cobrar los honorarios de la escuela a esos nobles flojos?

Señor, errr… ¿Cómo era tu nombre?” Sir Osmond ladeó la cabeza. “¡Es Colbert! ¡¿Se le olvidó?!”

“Cierto, cierto. Ahora recuerdo. Lo que pasa es que habla tan rápido que nunca lo entiendo. Así que, Colby, ¿qué pasa con este libro?”

“¡Por favor, mire esto!”

Colbert le pasó el dibujo de las runas de la mano izquierda de Saito.

En el momento que lo vio, la expresión de Osmond cambió. Sus ojos asumieron una apariencia solemne.

“Señorita Longueville, ¿podría disculparnos un momento?”

La Srta. Longueville se levantó y dejó la habitación. Osmond habló sólo cuando confirmó que estaba fuera.

«Explíqueme esto con todo detalle, Señor Colbert…”

***

No fue hasta un poco antes de la hora de almuerzo cuando por fin terminaron de arreglar


la clase, que Louise había destrozado. Como castigo, usar magia para limpiar había sido prohibido, por lo que se demoraron bastante. Igual, Louise no podía usar la mayoría de los hechizos, así que a ella no le había afectado mucho. La Sra. Chevreuse había despertado dos horas después de lo de la explosión, y aunque sí regresó a la clase, no dio más lecciones sobre la transmutación por el resto del día. Más bien parecía traumatizada.

Una vez terminaron de ordenar, Louise y Saito se dirigieron al comedor a por el almuerzo. Durante el camino, Saito se burló de Louise una y otra vez. Después de todo, fue culpa de Louise que él tuviera que hacer todo ese trabajo. Fue Saito quien tuvo que llevar la nueva ventana. Fue Saito quien tuvo que mover todos los pesados escritorios.

Y claro, fue Saito quien había limpiado el hollín del salón con un paño. Todo lo que Louise hizo fue limpiar algunos escritorios y además lo hizo de mala gana.

Tengo que dormir en el suelo. La comida es lo peor. Y encima, tengo que lavar la ropa interior. (No es que lo haya hecho todavía).

Con todo ese maltrato por parte de Louise, no había forma de que Saito pudiera mantenerse callado ante su recién descubierta debilidad. Esto molestó muchísimo a Louise.

“‘Louise la Zero’. Ahora lo entiendo~ Es perfecto~ Índice de éxito cero. Pero aún así es una noble... ¡Maravilloso!”

Louise no dijo una palabra, lo que solo provocaba a Saito.

“¡Transmutación! ¡Ah! ¡Kaboom! ¡Transmutación! ¡Ah! ¡Kaboom! Oh, ¡me equivoqué! ¡Solo ‘la Zero’ se equivoca en esto!”

Saito bailó en círculos alrededor de Louis, levantando sus brazos cada vez que decía ‘Kaboom’, imitando una explosión. Fue una interpretación bastante detallada. “Ama Louise. Este humilde familiar le ha hecho una canción.” Dijo Saito, inclinando la cabeza respetuosamente. Obviamente, era un gesto vacío, una completa burla.

La ceja de Louise se movía furiosamente. Estaba a punto de estallar, pero Saito estaba demasiado emocionado para darse cuenta.

“¿Por qué no la cantas?”

“Lou-Lou-Louise es un caso perdido~ ¡Un mago que ni siquiera puede usar magia! ¡Pero está bien! Porque es una chica…”

Saito se agarró el abdomen mientras se moría de risa. “¡¡Buajajaja!!”


Se estaba riendo de su propia broma. Tal vez el también es un caso perdido.

***

Cuando llegaron al comedor, Saito sacó una silla para Louise.

“Solo recuerde, señorita. No lance ningún hechizo en la comida. Sólo imagínese el desastre si llegara a explotar.”

Louise tomó asiento sin decir una palabra. Saito se sentía completamente satisfecho, habiéndose vengado de la grosera y arrogante Louise con sus bromas. Ni la usual escasez de comida le importó mucho.

La escasa sopa y pan seguían siendo tristes de mirar, pero era un sacrificio bastante justo por haberse reído tanto como antes.

“Bien, Fundador no sé quién. Su Alteza la Reina. Muchas gracias por esta asquerosa comida. Itadakimasu.”

Cuando iba a empezar a comer, el plato le fue arrebatado. “¡¿Qué estás haciendo?!” “Es-es-es…” “¿‘Es-es-es’?” Los hombros de Louise temblaban furiosamente, y también su voz. De alguna manera se las arregló para controlar su desbordante rabia hasta que llegaran al comedor. Probablemente para poder dar un castigo apropiado. “Es-es-es-este familiar, ¿cómo se atreve a decir e-e-e-esas cosas de su a-a-ama?” Saito se dio cuenta de que se había excedido. “¡Lo siento! ¡No lo diré nunca más, así que por favor devuélveme mi comida!” “¡No! ¡Ni de broma!” Gritó Louise, retorciendo su linda cara con ira.

“¡Una comida menos por cada vez que dijiste ‘Zero’! ¡Sin excepciones!”

***

Al final, Saito dejó el comedor sin haber probado bocado.

No debí haber sido tan sarcástico… Pero ya era demasiado tarde para lamentarse. “Aah, me estoy muriendo de hambre… Maldición…”



Apretando su estómago, puso una mano en la pared. “¿Pasa algo?” Se giró y vio a una chica normal en un traje de sirvienta llevando una gran bandeja plateada, mirándolo con preocupación. Su cabello negro estaba cuidadosamente arreglado con una cinta, y sus pecas la hacían preciosa.

“No pasa nada…” Saito movió su mano izquierda.

“¿Por casualidad no serás el que se convirtió en el familiar de la Señorita Vallière…?” Parece que notó las runas que tenía Saito en su mano izquierda. “¿Me conoces?”

“Un poco. Hay un rumor, que dice que un plebeyo fue invocado por una maga.”

La chica sonrió dulcemente. Es la primera vez que Saito había visto una sonrisa tan despreocupada desde que llegó a este mundo.

“¿También eres una maga?” preguntó Saito . “Oh no, no lo soy. Soy una plebeya, igual que tú. Sirvo a la nobleza que vive aquí, haciendo tareas domésticas.”

De hecho, provengo de la Tierra y no soy un plebeyo, pero no serviría de nada explicárselo. Saito decidió presentarse.

“Ya veo… Bueno, me llamo Hiraga Saito. Encantado de conocerte.” “Que nombre más raro… Yo soy Siesta” En ese momento, el estómago de Saito gruñó. “Debes estar hambriento.” “Sí…”

“Sígueme por aquí, por favor.” Siesta se marchó.

***