Daybreak:Volumen 2 Capítulo 6

From Baka-Tsuki
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Capítulo 6 - Luchar con convicción[edit]

Sosteniendo una jabalina en una mano y una partisana en la otra, Kaleva hizo girar sus esquís en un ángulo cerrado antes de zigzaguear de vuelta a la formación. Durante un momento alcanzó a ver la ventisca a su espalda, incluso mientras la columna compuesta por centenares proseguía el viaje hacia el norte.

El joven de veintitrés años había abandonado su tranquila aldea de granjeros dos días atrás cuando el vidente del pueblo anunció las órdenes del Jarl. Sus compañeros llevaban viajando desde entonces, uniéndose por el camino a otros muchos hombres a lo procedentes de varios asentamientos cercanos.

Kaleva se sentía inquieto por dejar atrás su hogar, protegido únicamente por los miembros más ancianos de la milicia. Era ilógico que tuvieran que viajar al norte para reunirse, solo para esquiar de vuelta al sur para la guerra. No sería más fácil esperar unos días antes de encontrarse con el bravo ejército mientras marchaba hacia la gloria?

Esquiaba. No marchaba. Sólo un insensato pagano sureño marcharía con éste clima.

Pero ver la nieve caer aliviaba en parte sus preocupaciones. Después de todo, el sabio vidente estaba en lo cierto. La guerra era oportuna y justa. Con la bendición del Señor de la Tormenta, las primeras nevadas ya se habían acumulado hasta varios palmos de altura, convirtiendo la tierra en una carretera perfecta. En éste reino blanco, los imperialistas Trinitarios perecerían ante los auténticos descendientes sedientos de venganza tras toda una era de humillaciones.

Tras siglos de invasiones y expansiones hacia el norte, esos impertinentes sureños habían sucumbido al caos interno una vez más -- hermano luchando contra hermano, como los viles demonios que eran.

Pero en esta ocasión, Skagen no estaba tratando de recuperarse del arrasador paso de una epidemia, ni ocupada en los complots de traidores y corruptos. Esta vez, los Hyperboreanos del norte pensaban aprovechar la oportunidad y recuperar lo que les pertenecía por derecho.

Los sureños se burlaban de ellos llamándoles 'bárbaros norteños' cuya único pasatiempo era los asaltar y saquear; pero para los Hyperboreanos, el Mar Nórdico y sus fértiles costas eran la tierra prometida. Fue allí, en una era pasada, donde la sangre de sus ancestros quebró la más astuta y abisal ofensiva de la Guerra Dragón-Demoníaca. Los señores dragones desaparecieron hace tiempo, pero su legado -- su regalo para la humanidad -- viviría a través de los míticos campeones de antaño...

Kaleva vio al oficial de comunicaciones alzar la bandera y después inclinarla hacia la derecha con una breve sacudida. El mayor Kaleva de Rimpi -- un nombre orgulloso pero común -- ordenaba a toda la unidad vadear hacia la derecha y detenerse.

Cuando el ruido de miles de esquís arañando la nieve congelada se detuvo, todos aguzaron la vista y el oído, tratando de captar aquello que el mayor buscaba con tanto recelo.

Entonces Kaleva lo escuchó...

Un ritmo suave pero desenfrenado, como cientos de pies marchando sobre la arena.

No, no eran pies...

Eran cascos, de hierro y acero...

“FORMAD FALANGES! CONTRACABALLERÍA!” gritó el mayor.

...Pero ya era demasiado tarde.

Kaleva todavía estaba tratando de quitarse los esquís cuando el primer jinete negro cargó desde la cima de las colinas cercanas. Docenas...no, centenares le siguieron a todo lo largo del risco -- un oscuro enjambre devorador que surgía desde las blancas lomas como una marea. Las líneas frontales arrojaron jabalinas y hechizos por igual antes de empuñar las espadas y formar una brillante carga de acero. El suelo comenzó a temblar y estremecerse bajo el estruendo de los cascos de los caballos. Desde el cielo comenzó a llover acero de ballesta, lanzado en incontables oleadas por los jinetes en lo alto de las colinas.

Los esquiadores nunca tuvieron la oportunidad de organizar sus filas...

Gritos de batalla en idioma imperial se hicieron eco desde el otro lado, y pronto toda la columna de infantería ligera con esquís se vio atrapada entre dos flancos opuestos por un movimiento de pinza. Rodeado de miles de gritos espeluznantes, Kaleva se encontró temblando ante el significado de las mismas palabras una vez pronunciadas por los veteranos:

“El Santo Padre está con nosotros!”

Pero el joven Kaleva nunca llegó a ver cómo se desarrollaba el pánico y la carnicería a su alrededor y que tiñó de rojo toda la llanura nevada.

Su último recuerdo fue la lanza de una jabalina atravesando su columna, apenas un segundo antes de que lograra empuñar el escudo que le habría podido salvar la vida.


----- * * * -----


Kaede había querido luchar. Era una oportunidad excelente para adaptarse a la vida que llevaría Pascal. Incluso había dedicado cada rato libre de los últimos días preparándose, ajustando la composición del arco de mercurio que había fabricado con la 'hoja mórfica' que le había dado Pascal.

De 'veracero', en realidad, aunque el metal encantado tenía el mismo aspecto que el mercurio. A pesar de ser más corto que su Yumi-Daikyu, el arco nuevo era tan fuerte que tenía que activar su runa de Cuerpo Elemental para poder dispararlo, por lo menos hasta que Pascal encantara sus guantes. Había accedido a recargar esos hechizos, aunque de mala gana -- en su opinión, Kaede estaba perdiendo el tiempo.

Tal vez tuviera razón. Después de todo, Kaede mostraba predilección por armas completamente obsoletas.

Los arcos de Hyperion ya habían superado por mucho a sus equivalentes medievales en la Tierra. En vez del típico arco curvo compuesto, los arcos de Weichsel -- y las populares ballestas de acero -- eran de diseño complejo. Al igual que los arcos de los atletas modernos, usaban un sistema de tensión con cables y poleas. De esa forma se doblaban los extremos de acero para almacenar más energía, y al mismo tiempo se requería menos fuerza de tensado, la cual los arqueros tradicionales tardaban años desarrollar.

A pesar de ello, Kaede se empeñaba en utilizarlo. Con varios hechizos de Perforación cargados en sus runas, bastaban unos pocos disparos precisos para perforar las cabezas de los oficiales al mando, infligiendo un daño devastador en la organización y la moral del enemigo.

Pero en ese momento el problema no era el equipamiento ni el arsenal.

A Kaede le temblaban las manos.

De hecho, todo su brazo -- tal vez incluso todo su cuerpo -- temblaba ligeramente mientras observaba el panorama desde una colina, montada a caballo junto a otros dos oficiales.

Esa batalla en la llanura no era ninguna escaramuza. Ni siquiera podía considerarse una pelea.

Es una masacre.

Casi ochocientas esquiadores de infantería de Skagen habían quedado atrapadas en terreno abierto frente a casi mil quinientos soldados de caballería. Como si la proporción de dos a uno no fuera suficiente, las fuerzas de Weichsel habían logrado rodear al enemigo utilizando la nieve, la cobertura de las colinas y algunos hechizos de ilusión para permanecer ocultos hasta el último minuto.

Los escasos magos entre los defensores habían lanzado montones de runas, tratando de levantar pilares y muros de gélidas estalactitas desde el suelo congelado. Pero los oficiales de Weichsel no les dieron esa oportunidad. Enjambres de Buscadores de Éter volaron como una andanada de misiles para anular las runas, interrumpiendo su magia mediante una inyección forzosa de éter hostil inestable.

Los pocos obstáculos que lograron formar no eran suficientes para detener la carga. La caballería veterana protegida por una armadura parcial de placas negras saltó por encima de ellos con facilidad, manteniendo la formación de cuña -- los bordes triangulares liderados por oficiales protegidos con magia -- entre los huecos del muro a medio formar.

El resultado no podía haber sido más unilateral si una columna de tanques hubiera arrasado un patio repleto de infantería.

Desde su posición privilegiada y gracias a sus sentidos agudizados de familiar, Kaede tenía una visión excesivamente clara y detallada del espeluznante baño de sangre. Como mínimo cinco cuñas de caballería habían atravesado las desbaratadas líneas de infantería de Skagen. Guiados por la inercia y la fuerza bruta, la carga de Weichsel atravesó a los desorganizados soldados de a pie y los arrolló. Al mismo tiempo los jinetes cortaban y apuñalaban con espadas y lanzas, cercenando extremidades y degollando cuellos mientras la sangre teñía sus armaduras y a sus monturas de rojo.

En algunos lugares un grupo de defensores lograba reunirse bajo el mando de un oficial, pero los vigías pronto localizaron esos pequeños núcleos de resistencia. Arbalesteros a caballo y Reiters rodearon el campo de batalla desde terreno elevado. Como hoces cortando trigo, súbitas lluvias de virotes eliminaban rápidamente a cualquiera lo bastante valiente como para mantener la posición.

Kaede pensaba que todo eso no podría ser peor que ver uno de esos documentales espantosos por televisión. Pensaba que su bien entrenada separación emocional sería suficiente para observar la historia...

Estaba completamente equivocada.

El olor a sangre saturaba el aire...

El crujido de huesos y costillas al ser aplastadas bajo los atronadores cascos de los caballos...

El sonido del metal afilado cortando la carne...

El salpicar de la sangre cuando otro montón de carne cayó al suelo...

Esto...es la guerra.

Kaede sentía temblar todo su cuerpo. Cada vez que respiraba, una sensación de nausea subía por su garganta. Sus dedos se cerraron con fuerza alrededor del arco largo; pero a pesar del firme agarre de su mano derecha, su brazo izquierdo seguía temblando.

Dicen que solo quienes experimentan de primera mano una batalla conocen el verdadero infierno...

Pascal le había advertido de que la primera vez siempre afectaba mucho a los reclutas. Por eso a los soldados se les instruía para realizar su trabajo de forma mecánica e inconsciente. Pero como ella estaba actuando de observadora y no como participante, no disponía de esas distracciones.

Las siguientes palabras de Pascal habían sido “te acabarás acostumbrando”.

Acostumbrando...claro, cuando me insensibilice al asesinato.

No estaba segura de si eso era mejor, o peor...mucho peor.

“No han tenido ninguna posibilidad,” recalcó uno de los oficiales, un joven teniente de cabello rubio, ojos azules y nariz alta.

Dadas las condiciones del invierno, eso no debería haber ocurrido. Ni siquiera la caballería ligera podía cabalgar con la nieve a la altura de la rodilla. De haber sido cualquier otro país, los jinetes hubieran tenido dificultades simplemente para resistir frente los esquiadores, y ni se les pasaría por la cabeza intentar una maniobra de flanqueo.

Pero Weichsel era diferente. Para ser exactos, la caballería profesional de Weichsel tenía la mayor ratio de nobleza-plebeyos existente. Como mínimo uno de cada cuatro soldados era un mago de batalla bien entrenado, y los Reiters y los Caballeros Fantasma eran casi todos magos.

Esta concentración de magia les daba una clara ventaja abrumadora en lo relativo al apoyo arcano. Ese apoyo iba desde protecciones de Climatizar que mantenían calientes a los soldados y evitaban la formación de escarcha en sus armaduras, hasta hechizos Cruzanieves que permitían a los caballos galopar sobre la nieve como si fuera suelo firme. Volver a invocar esos hechizos periódicamente durante horas suponía un agotamiento constante de sus reservas de éter, pero un ejército formado por mayos podía permitirse esos lujos y al mismo tiempo mantener una reserva suficiente como para lanzar hechizos ofensivos en combate.

“No tenían ni un solo sifón,” comentó el otro oficial, un joven delgado de piel pálida del mismo rango que se frotaba la nariz con actitud indiferente.

“Era sólo un grupo de sucios campesinos de las aldeas pesqueras; esta victoria apenas merece nuestro tiempo.”

Antes habían presentado sus nobles orígenes. Pero Kaede los recordaba sencillamente como Werner y Karl. No era muy justo para el primero, que había mostrado sus respetos con palabras solemnes. Pero el último era simplemente insoportable y monstruosamente cruel.

“Ochocientas vidas no son dignas de su tiempo?” murmuró Kaede con amargura.

“Tú de qué lado estás?” replicó Karl, todavía indiferente.

La lealtad no tiene nada que ver con la ética!

Kaede frunció el ceño, enfurecida, y un momento después detectó un cambio entre la matanza.

“Están intentando rendirse,” Kaede señaló a un pequeño grupo en el noreste, liderados por un oficial que había alzado una ondeante bandera blanca manchada de sangre. No debían de ser más de sesenta...pero de repente una lluvia de virotes de acero y éter ya disparados cayó sobre ellos desde varias direcciones, acabando con casi la mitad.

Kaede le envió las mismas palabras a Pascal a través de su vínculo privado, pero solo recibió un ligero toque mental como respuesta.

La expresión preocupada de Wener indicaba que él también se estaba comunicando con el centro de mando, en su caso mediante un hechizo Llamada. La concentración necesaria para mantener el hechizo activo era lo que mantenía a los oficiales apartados del combate.

"Órdenes del coronel von Konopacki," Werner se giró hacia Karl. “Informe al mayor Kempff de que está a cargo de aceptar las rendiciones en el flanco este. Todos los oficiales y magos deben ser ejecutados...”

"CÓMO!?" Kaede fulminó instantáneamente con la Mirada al 'mejor' de los dos tenientes. Eso es un crimen de guerra! Incluso aquí!

Horribles imágenes de los crímenes de las Wehrmarcht pasaron por su mente, grabadas en su memoria gracias la afición imprudente de un padre: enseñarle a su hijo documentales de la Gran Guerra Patriótica rusa (WWII -Segunda Guerra Mundial) desde los siete años...

“--Pero debe desarmar y liberar a los soldados siempre y cuando mantengan las manos en alto. No tenemos sitio para prisioneros.”

Las implicaciones eran obvias: ejecutad a sus comandantes frente a ellos. Si su espíritu está lo bastante quebrantado como para no resistirse, dejadlos ir. De lo contrario, matadlos a todos.

“Entendido. YA!” Karl azuzó a su caballo colina abajo, hacia donde se encontraba su comandante.

Como estudiante de historia, Kaede debía aceptar las guerras -- eran una parte inevitable del conflicto humano. Incluso podía tolerar ciertas atrocidades accidentales durante el fragor de la batalla la agresividad de los guerreros, una vez liberada, no podía contenerse con facilidad.

Pero esto es premeditado...no sólo es horrible, es pura MALDAD.

“Esto está mal!” casi gritó Kaede. “Las Cláusulas de Guerra exigen que los soldados capturados sean hechos prisioneros y se les ofrezca una oferta de rescate o intercambio!”

“Los norteños no firmaron las Cláusulas de Guerra,” contestó Werner, su voz pasando de tono solemne a gélido. “Y desde luego no las acataron cuando arrasaron mi pueblo hace doce años.”

Mirándole, y todavía en estado de shock, Kaede pudo distinguir las ascuas del odio ardiendo en sus ojos crueles. No sólo mostraban el deseo de venganza, sino también los horrores que habían inmunizado a un hombre de las atrocidades y la violencia a una edad muy temprana.

“Entonces vamos a rebajarnos a su nivel, como bárbaros?”

“Mi trabajo es transmitir órdenes, no interpretarlas ni someterlas a debate,” el oficial continuó vigilando el terreno sin mudar la expresión, sin molestarse en devolverle la mirada a Kaede.


----- * * * -----


CÓMO!” el grito mental provocó un zumbido en su cabeza.

Pascal se preguntó si Kaede se había dado cuenta de que lo había hecho.

“Sir! Eso no cumple las directrices operacionales del ejército de Weichsel!” continuó con entonación firme; su mirada férrea clavada en unos ojos marrones sobre un rostro demacrado y con el ceño permanentemente fruncido.

“Hay muchas cosas en Tifón Blanco que no cumplen nuestras directrices operacionales, y usted debería saberlo mejor que nadie, puesto que fue propuesta suya, capitán! Debemos proseguir nuestro avance a máxima velocidad, y para ello no podermos ir cargados con prisioneros de guerra ni dividir las fuerzas para poner vigilancia adicional.”

La respuesta no era menos imperiosa. Eran las palabras del coronel Kasimir von Konopacki, quien una vez fue el comandante de las fuerzas de Nordkreuz en ausencia del mariscal von Moltewitz.

El general von Manteuffel se había adelantado para liderar en persona a la compañía Vendaval Fantasma como vanguardia de búsqueda y destrucción. Con ayuda de la princesa Sylviane, se habían adelantado al grueso de la fuerza principal, eliminando las patrullas y los puestos avanzados para mantener silenciada a la red de vigilancia de Skagen. En su ausencia, el coronel estaba al mando de la fuerza principal -- seis compañías de caballería y otras cuatro de nobles Reiters -- con órdenes precisas de interceptar y destruir a todas las columnas enemigas.

Por lo visto no lo bastante precisas, refunfuñó Pascal en su cabeza.

En ese momento, todo el 'centro de mando' de la primera oleada se encontraba montado a caballo, con los oficiales observando la distante batalla desde la cima de una colina en el flanco sureste. Pascal había enviado a Kaede al lado este para observar, y después añadió la vista de la familiar en una esquina de su propia visión para tener una vista perfecta de todo el campo.

...Excepto que ahora ella estaba mirando a un oficial de comunicaciones.

Kaede, deja de discutir con un teniente y concéntrate en la batalla,” ordenó.

Ella lo hizo, pero no sin quejarse:

De verdad estás de acuerdo con esto?

Pascal no se molestó en responder a eso; era más útil centrar su atención en von Konopacki:

“Nuestras órdenes son neutralizar las fuerzas enemigas...”

Pascal señaló con un dedo hacia la matanza.

“El enemigo está destrozado, doblegado y roto! Ya no suponen una amenaza para nosotros, y la moral de los supervivientes tardará semanas en recuperarse. Teniendo en cuenta los objetivos de esta operación, no supone ningún beneficio matarlos a todos, excepto para provocar a la población a oponer mayor resistencia en futuros asaltos.”

El coronel soltó un bufido, como si no acabara de creer que toda esa chusma fuera digna de la palabra 'resistencia'.

“Con el debido respeto, Sir. Estoy de acuerdo con el capitán...”

Esas palabras fueron pronunciadas con suavidad, pero aun así mostraban una fuerte convicción. Provenían del teniente coronel Hans Ostergalen, un plebeyo de mediana edad y estatura moderada, quien a pesar de su frente calva y amplia tenía un rostro modestamente apuesto. Era el oficial de inteligencia del general von Manteuffel y segundo al mando de la fuerza principal.

“--los Jarls son los culpables de aquellos a quienes matamos en la batalla, pero nos echarán la culpa de cualquier ejecución -- y en los próximos por venir sus hijos nos odiarán por ello. Además nuestras políticas se crearon para alentar a nuestros enemigos a rendirse en vez de luchar hasta que caiga el último hombre, causando bajas innecesarias en nuestro bando. Estoy seguro de que el general...”

“Basta, lo haremos a vuestra manera,” cedió el coronel -- más bien se desentendió. “Tengo un ejército que gestionar; ocupaos vosotros de los humanismos insignificantes.”

Pascal no perdió ni un segundo. Había empezado incluso antes de que von Konopacki terminara de hablar, y tanto mejor puesto que percibía claramente a Kaede hirviendo de furia:

Baja ahí y dile al mayor Walter Kempff que debe perdonar a todos los oficiales que ofrezcan la rendición. Debemos alentar la cobardía de quienes renuncian al mando, no prevenirla.

El teniente coronel dejó escapar un suspiro de alivio. Se giró hacia el oficial de comunicaciones, pero Pascal le detuvo.

“Yo me ocupo.”

Rendirse no es necesariamente cobard...” la ira de Kaede, transmitida por el vínculo empático entre ellos no tardó en remitir.

Ya iba siendo hora.

Deja de ponerte emocional y usa la cabeza,” le reprochó Pascal mientras respondía al gesto apreciativo del teniente coronel. “Informales en nombre del teniente coronel Ostergalen, y por extensión, del general von Manteuffel. Resulta que Ostergalen está de acuerdo conmigo.

Sí, señor,” respondió ella. “Y gracias.

En realidad, en opinión de Pascal, la decisión no había tenido nada que ver con la moralidad, ni tampoco sentía un fuerte apego por la ética implicada. Era algo racional, e incluso inteligente perdonar a quienes presentaban rendición. La aniquilación total de una fuerza enemiga quedaba muy bien sobre el papel, pero un movimiento tan insensato resultaba muy perjudicial a largo plazo:

El coronel von Konopacki puede ser un estratega muy hábil, pero es un zoquete en cuanto a política se refiere y por eso nunca llegará a general. No tiene sentido incitar más ira cuando podemos evitarlo, eso sólo beneficiaria a los imperiales.


----- * * * -----


“Aten-ción!”

Gerd Kessler hizo chocar los talones, y junto a él lo hicieron otros cuarenta y seis oficiales cadete con uniforme negro y rojo. Constituian dos clases graduadas al completo de Caballeros Fantasma en entrenamiento desde la academia Königsfeld, recién llegaos a Nordkreuz para ser enviados al combate.

El anciano -- en realidad no era tan viejo como aparentaba -- que subió al podio era el coronel Sir Erwin von Hammerstein. Incluso con sus mejillas arrugadas pulcramente afeitadas y vistiendo un uniforme inmaculado, el coronel parecía un bandido recién salido de las montañas: unos ojos fieros capaces de aterrorizar a un recluta con una sola mirada, una gran boca cuya sonrisa desdentada oscilaba entre contagiosa y terrorífica, y una piel curtida y bronceada más propia de un granjero que de un aristócrata. Ese hombre no era especialmente alto ni corpulento, pero su rostro era suficiente para causar impresión.

Además toda una leyenda en el ejército de Weichsel, especialmente entre los rangos más bajos. Si alguien hubiera preguntado por el comandante más valiente y audaz, todos los soldados le hubieran señalado a él.

...Pero no todo eran cumplidos.

Erwin con Hammerstein era conocido por su osadía, no solo contra el enemigo, sino también contra sus propios superiores. Por eso a pesar de su impresionante carrera bélica a lo largo de todo un siglo de servicio activo, ese hombre seguía siendo un mero coronel. Para él, liderar una carga era tan fácil como flagelar a un subordinado o desobedecer una orden. De no ser por las numerosas medallas que había obtenido, su equivalente número de desméritos le hubieran mandado a un tribunal militar hace mucho tiempo.

“Menuda pandilla de flacuchos y bebés llorones...”

Las arrugas de su ceño se triplicaron cuando su boca formó una tensa curva descendente.

“Estoy seguro de que todos me conocéis -- soy el coronel Erwin von Hammerstein. La gente me llama de todo desde 'temerario' hasta 'deshonra viva', y lo más probable es que todo lo que hayáis escuchado sobre mi sea verdad, excepto que no tengo cabezas ni dedos extra...”

Algunos cadetes perdieron la compostura y rieron. Dos de ellos incluso soltaron una carcajada; uno de ellos era Reynald.

Gerd casi podía ver lucecitas en la mirada de su amigo. Ese chico idolatraba a demasiados héroes.

“Estoy aquí por un motivo muy simple,” prosiguió von Hammerstein con su tono hosco. “El fallecido mariscal, el Padre lo tenga en su gloria, armó hace dos años una nueva unidad de Fantasmas. El problema es que no son caballeros, ni siquiera cadetes... Sí, hijo?”

Un estudiante de cuarto año que Gerd no reconoció bajó su mano levantada y habló:

“Según las leyes de Weichsel, solo el rey puede crear una compañia de Caballeros Fantasma.”

“Sí, sí, tengo los permisos y el papeleo justo aquí, abogado de pacotilla,” el coronel agitó el fajo de papeles en su mano antes de volver a guardarlos. “Y ojalá Santo Padre os enseñara a escuchar; he dicho que no son caballeros. Tienen el entrenamiento de los Fantasmas, pero bajo vuestros estándares, no lo son. El motivo es muy sencillo: la última guerra demostró que siempre va bien tener más Fantasmas, pero no tenemos suficientes nobles para hacerlo. Por eso todos los nuevos reclutas son vasallos...”

Algunos de los cadetes comenzaron a murmurar su desacuerdo, y Gerd sintió como su pulso se aceleraba. Como en cualquier otra rama del ejército de Weichsel, en los Caballeros Fantasma había oficiales vasallos -- plebeyos capaces de usar magia. Pero para ser aceptados en el entrenamiento, debían ganarse como mínimo el menor de los rangos de nobleza, la Cruz de Caballero. El propio caso de Gerd era una excepción, 'reconocido' solo gracias a la insistencia de Parzifal y sus sobresalientes notas.

“Pero lo peor de todo es nuestra falta de oficiales, y por eso estoy aquí para pediros ayuda. Necesitamos líderes de pelotón y yo necesito un segundo al mando, todos ellos serán ascendidos directamente al rango de subteniente.”

“Señor!” otro alumno de cuarto año habló, con un tono prepotente: “somos oficiales cadete. Tenemos garantizado un ascenso a subteniente o mayor cuando termine la campaña, el cual se considera el rango mínimo para cualquier Caballero Fantasma de verdad. Por qué deberíamos conformarnos con una unidad de segunda?”

“...Especialmente con una que probablemente no pisará el campo de batalla en esta guerra,” una chica de tercer año llamada Hanna von a-Gerd-no-le-interesaba intervino.

“Todos vosotros, codiciosos bastardos pretenciosos, salid de mi vista ahora mismo,” gruñó von Hammerstein. “No tolero mocosos como vosotros más que a los cobardes y desertores.”

Muchos de los cadetes mostraron el respeto suficiente hacia su autoridad como coronel para esperarse hasta que terminó de pronunciar la última sílaba antes de marcharse, indignados y furiosos. Haber oído rumores sobre la lengua despiadada de ese hombre era una cosa; sentirla de primera mano? Eso era algo muy distinto.

“Y aquí tenemos a la supuesta élite, lo mejor de lo mejor, vosotros cinco,” su mirada los examinó como un león observando a las gacelas, entonces resopló y se acercó a Ariadne. “Incluso tenemos a una maldita Manteuffel. Pensaba que serías la primera en desaparecer.”

“Mi orgullo no es tan mezquino como para indignarme por ridículas provocaciones, señor!”

A pesar de sus palabras, había ira en su voz, reforzada por una firme negativa a abandonar esa batalla. Era tan evidente que incluso Gerd -- de quien Reynald a menudo de burlaba por ser 'lento y poco perceptivo' -- podía notarlo.

Esa chica podía ser ejemplo de muchas virtudes, pero ser impasible no era una de ellas.

“Entonces por qué te has quedado? Por qué unirte?”

“Cuaquier soldado puede unirse a una unidad famosa, Sir!” Ariadne le devolvió la mirada en desafío. “Pero sólo los auténticos caballeros pueden forjar una ellos con sus propias manos. Tal vez esos reclutas estén muy verdes, pero dudo que a una unidad creada por el mariscal y entrenada por usted le falte potencial!”

Y entonces, ocurrió. La mueca del coronel von Hammerstein hizo el famoso giro de ciento ochenta grados y se convirtió al instante en una sonrisa.

“Así hablan los hombres de verdad!” alabó el coronel, a pesar de referirse a alguien que no era un hombre en ningún sentido.

Ariadne parecía tener los músculos faciales petrificados, pero el coronel ya se había encarado con su siguiente objetivo:

“Qué me dices de ti Gerd? Planeas unirte, después de luchar con uñas y dientes para subirte al carro? Qué diría tu benefactor?”

El joven le devolvió la sonrisa. Era una agradable sorpresa que el coronel conociera su nombre e historial incluso sin haberse encontrado antes con él. A pesar del aspecto de rufián que von Hammerstein se esforzaba en cultivar, ese hombre sin duda hacía sus deberes.

Pero si a ese viejo le gustaba la franqueza, entones Gerd entraría con mucho gusto a ese juego:

“Para empezar, nunca me ha importado una mierda el prestigio, señor! Sólo quiero una oportunidad para demostrar mi valía, y no hay lugar mejor para hacerlo que junto a mis iguales!”

El coronel von Hammerstein se limitó a asentir esta vez, antes de pasar al siguiente en la fila:

“Y tú, Reynald?”

“No quiero desilusionarle, señor, pero francamente la unidad no me importa en lo mas mínimo,” el menudo pelirrojo se encogió de hombros, con un desinterés sorprendente para alguien cuyos ojos brillaban de emoción hasta hace unos instantes. “Sólo pretendo unirme para cubrirles las espaldas a mis amigos.”

“Un motivo tan bueno como cualquier otro!” replicó el coronel. “Lydia?”

Gerd nunca le había prestado atención a la chica bajita hasta ahora, aparte de saber que estaba en cuarto curso y probablemente era la más baja de entre los cadetes a Caballero Fantasma. Con un metro sesenta y cuatro (5'4") y apariencia frágil, tenía un aspecto recatado pero inteligente que a Gerd le gustaba. Su pálida piel y su linda nariz parecían una versión más simple de Cecylia, excepto por los avellanados ojos marrones y el cabello castaño chocolate cortado sobre sus delgados hombros.

En realidad resultaba bastante difícil encontrar una chica con pelo corto en la academia, donde las largas trenzas estaban consideradas un símbolo de feminidad y riqueza. A Gerd le parecía una lástima. Pequeña e inocente, alegre pero recatada -- esa era su chica ideal.

Incluso había llegado a tener debates con Reynald sobre ese tema, incluso si su amigo a menudo calificaba sus gustos como 'sosos'.

“Para aprender de uno de los mejores comandantes de la historia de Weichsel, Sir.”

“Hacerme la pelota no te va a funcionar, pero estás aceptada!”

A pesar de lo que el coronel von Hammerstein acababa de decir, su sonrisa se ensanchó de oreja a oreja cuando escuchó la respuesta de Lydia.

“El último, Kayeten!”

Kayeten era uno de esos jóvenes que no tenían ni una sola característica destacable. Era de estatura media, complexión modesta, y un rostro simple que ni siquiera sus ojos verdes conseguían hacer destacar. A pesar de ello, si a Gerd no le fallaba la memoria, el nombre de 'Kayeten von Krupinski' estaba entre las seis mejores notas de los alumnos de cuarto curso.

“Estoy de acuerdo con Ariadne y con Lydia, Sir!”

“Mientras te limites a estar de acuerdo y no a intentar seducirlas.”

“De ninguna manera, Sir,” respondió Kayeten sin dudar ni un segundo. “Tengo a una prometida esperándome en casa.”

Tanto Gerd como Reynald le miraron boquiabiertos con expresiones que decían “en serio?”

Estúpida sangre noble, pensó Gerd con amargura. Qué tiene ese mediocre que no tenga yo?

“Bueno, espero que todos vosotros estéis a la altura,” prosiguió el coronel. “Ariadne, quedas ascendida a teniente como mi segunda al mando. Gerd y Kayeten, vosotros dos también quedáis ascendidos a teniente; estáis a cargo del segundo y el tercer pelotón. Lydia, serás la segunda de Gerd. Y tú, Reynald, liderarás el escuadrón de reconocimiento. Alguna pregunta?”

Gerd sonrió alegremente. Un ascenso de un rango y medio; una lástima para todos esos noblecillos exigentes que se han marchado antes de tiempo. Entretanto, las manos femeninas se dispararon hacia arriba, y Lydia fue escogida primero.

“Por qué estoy bajo las órdenes de él?”

Bueno, por lo menos no has dicho directamente 'del plebeyo', Gerd decidió concederle cierto mérito. El hecho de que fuera guapa ayudó en gran medida.

“Pregúntaselo a tus notas mediocres,” respondió simplemente el comandante con aspecto de matón antes de hacer un gesto hacia Ariadne.

“Si le faltan oficiales de apoyo, me gustaría solicitar la transferencia de Parzifal Sigismund von Seydlitz der Chevallerie. Es el mejor sanador de nuestra clase y aceptará de buen grado.”

“Quién es ése, tu amante?”

Ariadne tenía aspecto de haber mordido algo desagradable. Pero antes de que tuviera la oportunidad de abrir la boca, fue Reynald quien respondió:

“Es mi mejor amigo. Y preferiría que no insultara su carácter ni su honor, Sir. De lo contrario me veré obligado a retarle a un duelo.”

“Y crees que ganarías?” el cornoel von Hammerstein le envió una sonrisa mitad burlona mitad divertida.

Que el joven pelirrojo le devolvió con creces:

“Tengo un historial perfecto.”

El viejo comandante soltó una risotada.

“Recuerda esas palabras cuando decida volver a por ti. Pero por ahora tenemos una guerra que ganar, así que ahórrate las fuerzas para el enemigo.” Entonces se giró hacia Ariadne: “Retiro mis palabras, señorita von Zimmer-Manteuffel. Veré que puedo hacer.”

Ariadne se limitó a asentir, sus ojos verdes ardiendo con la furia de un incendio.

Bueno, vaya un inicio tranquilito estamos teniendo, pensó Gerd.


...


Kaede se fijó en el aspecto pensativo de Pascal en la 'Cabina Instantánea' que compartían. La minúscula habitación se desplegaba desde un cubo que cabía en la palma de su mano...bueno, en la palma de él. Kaede ni siquiera se quejó por el hecho de volver a compartir cama, ya que en medio de esa ventisca era mejor que cualquier tienda.

“Qué ocurre?” preguntó ella, no tanto por curiosidad como por distraerse de pensamientos extraños.

“Parzifal, Ariadne, Reynald y Gerd se han alistado en la misma unidad,” Pascal se giró hacia ella con su cuenco de sopa en la mano. “Es la nueva unidad de Granaderos Fantasma que padre creó en secreto, probablemente para evitar la oposición de los Caballeros Fantasma hasta que estuvieran preparados. El coronel von Hammerstein ha sido lo bastante perspicaz como designar a Ariadne su segunda al mando, lo cual ha eliminado las últimas dudas del general von Manteuffel sobre su despliegue.”

“Bueno...era de esperar. Querrá darle a Ariadne la oportunidad de lucirse, por lo de ser el líder de su clan y todo eso.”

Pascal asintió mientras le daba otro bocado al 'estofado de carne'; más parecido a un montón de verduras secas y especiadas hervidas en nieve.

“Si. Pero von Hammerstein también ha solicitado un nombre para la compañía, para aumentar la moral -- eso es un estándar para las compañías de Caballeros Fantasma, pero ellos no son caballeros. El alto mando no parece muy dispuesto a concederles uno, así que estoy tratando de pensar en algo para que lo usen.”

Kaede lo pensó durante un instante. Dado el modus operandi de los Fantasmas, la respuesta parecía muy fácil:

“En mi mundo, existió una vez una unidad que avanzaba tan rápido a través de las líneas enemigas que nadie, ni amigo ni enemigo podía seguir su rastro. Los llamaban la División Fantasma...” Kaede se detuvo un momento cuando los pensamientos oscuros comenzaron a aparecer en el horizonte de su mente. “Crees que la unidad de Ariadne estaría a la altura de ese nombre?”

“Con ese lunático al mando? Ni lo dudes,” una sonrisa irónica apareció en la cara de Pascal. “Entonces está decidido, serán los Jinetes Fantasma.”

Kaede se forzó a devolver una sonrisa forzada. Ella tardaría algún tiempo en aprender a convivir con otro tipo de fantasma -- la terrorífica visión de seiscientos muertos y heridos desangrándose sobre una llanura nevada pintada de rojo.

Fiel a lo que Parzifal había dicho sobre el Juramento del Sanador, cuando terminó a batalla los escuadrones médicos asignados a cada compañía ayudaron tanto como pudieron, sin distinguir amigo de enemigo. Incluso Kaede había contribuyó allí donde pudo, pero disponían de un tiempo muy limitado antes de que el ejército siguiera avanzando.

En pleno invierno y muy lejos del asentamiento más cercano, aquellos gravemente heridos no tardarían en unirse a los muertos.

...Unos pocos más en un campo lleno de cadáveres.

“Te ocurre algo?” Pascal la miró con preocupación. “Apenas has tocado la cena.”

“No es nada, no te preocupes,” le respondió Kaede sin mirarle.

En la guerra no existía el concepto de 'hacer trampas', pero ¿qué eran las 'tácticas' y la 'estrategia' sino formas de engañar al sistema?

Pero la 'ética' era un tema distinto.

No podemos engañar a nuestra conciencia.

Un soldado no sólo necesitaba convicción para ganar, sino también la voluntad de alcanzar la victoria por medios correctos.

Hoy Pascal ha hecho cuanto ha podido, decidió Kaede. El resto es problema mío.

Kaede supo que esa iba a ser otra larga noche de insomnio.



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